jueves, 10 de julio de 2008

Recordando a Ocho.

Mientras fui estudiante del Colegio Marista San Vicente de Paúl (hoy sólo un recuerdo) me tocó ver el cambio de status quo de mi país. Los panameños pasamos de un sistema al que yo crecí acostumbrada. Nuevos presidentes de poca duración. Persecuciones. Protestas en la capital. Inestabilidad. Crisis. Militares por todas partes y con poderes que a mí me parecían normales. Nunca había conocido que fuera de otra manera. Pero después de diciembre de 1989 las cosas cambiaron y hasta la fecha siguen cambiando. Hoy no me asiste el tema de la política de todos modos. Para eso hay gente más autorizada.
No sé por qué se me ocurrió que esta columna se la debía dedicar a la primera persona que me dió la oportunidad de pensar que yo podía participar en la elaboración de una revista. Fue esa misma persona que le dió un golpe de estado al Club de Padres de Familia y nos puso a los estudiantes a trabajar de verdad. Hoy puedo asegurar, sin lugar a dudas, que durante mi secundaria trabajé más de lo que jamás he trabajado después de mi graduación de bachillerato. Les estoy hablando del Hermano José Antonio Ochotorena. Tolerado por muchos, juzgado por otros tantos. Hoy confieso que es una de las personas que más influyeron en mi percepción de la vida y del papel del individuo en su comunidad.
La verdad no es mucha la información personal del Hermano Ocho (se nos complicaba un poco tan largo apellido) como le decíamos, sin ningún tipo de maldad. Lo recuerdo como un tipo listo, amante del deporte, (era arquero de fútbol y ciclista practicante). Pero por sobre todo era un tipo dispuesto a hacerte llegar a tus límites de capacidad y fiel creyente de las fuerzas psicológicas del individuo. Parecía que con solo mirarte podía calcular tu peso en dólares, y en su defecto te probaba y no te permitía dar menos de lo que podías dar. Lamento no recordar con precisión muchas de sus ocurrencias y anécdotas. Recuerdo que a veces lo veía como un dictador que no sabía de razones. No entendía el significado de la frase "no se puede".
De su mano, en el Gobierno Estudiantil, previo debate, votación y conteo democrático de los votos, desarrollamos proyectos de amplio espectro en la comunidad davideña, como la famosa Caminata Marista, la Copa Marista, la Semana Cultural, la Semana de los Idiomas y la Semana Marista. La Revista Maristas. El Concurso Champagnat. Él quería que conociéramos en una mini-polis la democracia que nuestros mayores nos negaban o no podían brindarnos porque no contaban con armas que apoyaran la razón.
Nos obligó a desarrollar obras de teatro por nivel y logró que cada salón reclutara a un conjunto típico. Su consigna era que nadie se quedara por fuera. Y nadie se quedaba por fuera. Construyó un teatro de ley en el subutilizado Jorón del colegio.
Concursos de arreglos florales, murales, canción inédita, proyectos científicos. Pobres de nuestras madres, pues lamentablemente aunque trabajaramos mucho, no generábamos ni un mísero centavo. Pero para todo había. Y la actividad económica en la ciudad se notaba. Nuevos nichos de mercado se creaban de acuerdo a la época. Era para volverse loco, pero todo salía bien, y la satisfacción de las metas alcanzadas, no tenía precio.
Para Ocho, no existía tal cosa como la hora panameña, y nos lo hizo experimentar en carne propia muchas veces. Hasta las graduaciones empezaban si el primer puesto no había llegado.
Creo que no lo he vuelto a ver desde que salí del colegio. Pero sé que donde esté alguien está sufriendo de su férrea filosofía de no dejar nada en el tintero, de no ser ni dar menos de lo que podemos. Y aunque no siempre estuvimos en el mismo bando, hoy puedo decirle que valió la pena haber cursado todo el bachillerato bajo su dirección, Hermano José Antonio.

Junio, 2007

1 comentario:

Benjie Osorio dijo...

Totalmente de acuerdo !!!!!! sabias palabras

Sisterhood

Por: @KlenyaMorales Esta idea viene dándome vueltas en la cabeza hace ya un par de semanas, y hoy se deja atrapar, como una mariposa por una...