Cuando se publicó la primera edición de este libro de Ernesto
Sabato, la tecnología de las comunicaciones aún no alcanzaba las alturas
a las que estamos volando hoy día. Él básicamente se estaba quejando de
la televisión y de los e-mails. Si Sabato resucitara y viera en lo que
nos hemos convertido, se volvería a morir. Estoy segura.
Ya en
aquel tiempo, el tímido filósofo decía que "Al ser humano se le están
cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los
sordos".
En estos días, la rabia dura siete días. El ridículo dura siete días. El duelo dura siete días.
Te levantas y te acuestas no sin antes asegurarte que no te queda ningún whassap pendiente por revisar.
Si
no viste el último meme viral del día te sentirás fuera de lugar.
Ruegas que haya algún globito rojo bajo el logo de Facebook, que la
gente te haya dado like. Un nuevo follower en Twitter es todo un momento
emocionante.
Y cuando estamos con gente de carne y hueso,
pues seguimos pendientes del teléfono. Nos tomamos fotos para que los
demás sepan lo bien que lo estamos pasando.
Ya se ha escrito
muchísimo sobre el fenómeno del horror que nos causa no tener nuestro
celular a mano, pero no es relajo. El mundo que no está al alcance de
nuestra mano puede deshumanizarnos. La falta de tiempo de reflexión, de
lectura, de abrazarse, de escucharse frente al café. La lucha por
entumecernos y no estar expuestos al sufrimiento. La supervivencia. El
desgaste de minutos muertos que se van por la ruta del olvido.
¿A qué estamos jugando?
A
adormecernos. A drogarnos para que todo pase. A no envejecer. A no
morir, habiendo muerto primero cuando nos ha dado la gana. Este es el
juego de no dejarse controlar. De no dejarse sorprender. De reducir la
posibilidad de fracaso a cero.
Pero no todos jugamos a este juego. O al menos luchamos cada día por no jugarlo, sin dejar de jugarlo de alguna manera.
Parece que hay un antídoto, al menos para Sabato: «la
cercanía con la presencia humana nos sacude, nos alienta, comprendemos
que es el otro el que siempre nos salva". En esto Sabato coincide con
las máximas del cristianismo. No podemos realizarnos sin amor. Pero no
el amor de las novelas ni la autoestima egoísta. Se trata del amor del
"caritas". Ese amor al prójimo como a uno mismo. Sin amor nada somos. Y
para amar, se necesita del otro. Se necesita escuchar al otro. Se
necesita hacer por el otro lo que nos gustaría que hicieran por
nosotros. Para amar hay que tener misericordia del otro y perdonar 70
veces siete.
La
gente a mi alrededor se levanta a las 4 de la mañana. A andar en
bicicleta. A jugar tenis. A ser magros y sanos. Hay una nueva carrera.
Se hacen llamar "life coaches". Te enseñan a lidiar con tu vida y ser
exitoso. Ahora todos corremos, nadamos y queremos ser de hierro. La idea
es no morirse. O morirse sin ser un perdedor.
Y
yo quiero ser parte de todo esto, pero quiero seguir teniendo tiempo de
hacer recuerdos con mi pequeña familia. Quiero tener tiempo de rezar. Y
me pregunto ¿qué hay de malo en quererlo todo? Al fin y al cabo no es
el primer momento de la historia humana en el que creemos que nos vamos a
deshumanizar. Ya vimos horrorosas guerras mundiales, cruzadas,
invasiones, plagas, infanticidios, holocaustos y demás atrocidades de
las que desde que Caín mató a Abel somos capaces de ejecutar.
Me
quedo con el alarmismo del bonaerense. Quiero pensar que hay más luchas
por delante. Que mi voz es necesaria. Que el Diablo anda suelto y me
contamina con la desidia, la indiferencia y la abulia. "En
esta tarea lo primordial es negarse. Defender, como lo han hecho
heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de
sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de
los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa
compartida con gente que queremos, una caminata entre los árboles, la
gratitud de un abrazo. El mundo nada puede contra un hombre que canta en
la miseria."
En honor a don Ernesto, volveré a leer mi
ya amarillento y subrayado ejemplar de La resistencia. O trataré de
hacerlo si pongo mis grupos de Whassap en silencio.