viernes, 10 de mayo de 2019

Historia de una ciudadana común


Por: @KlenyaMorales 

Ama de casa, escritora, abogada y traductora.
Aprovecharé esta época postelectoral para contarles por qué pago mis impuestos sin amargura. Tengo que ponerme personal para narrar de manera creíble mi experiencia de vida siendo panameña.
Mis padres compraron su única casa al casarse con menos de 25 años gracias a un préstamo de la Caja de Ahorros.
Nací en el Hospital Regional de David. Éramos una familia de clase media-baja y la educación pública fue la única opción para unos papás que empezaban. Teníamos biblioteca, comedor, sembrábamos en los patios entre pabellones, limpiábamos los fines de semana y ganábamos los Juegos Florales. Con el dinero que mis padres se ahorraban gracias a la gratuidad de la educación pública, me metieron en clases de inglés privadas, que taparon los huecos de la escuela. Me enrolaron en la Escuela de Bellas Artes del INAC en David, en la cual aprendí los fundamentos del piano, de la mano de una profesora maravillosa, por unos 25 Balboas anuales. Cuando a mis once años al fin pudieron pagar mi educación privada, considero que estuve al mismo nivel de mis compañeros.
Entrar a la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá fue relativamente fácil, en tiempos en los que hacíamos tesis y salíamos un poco expertos en una molécula del vasto universo legal. Escogí a los mejores profesores que mi horario me permitió y estudié con una beca del IFARHU mientras trabajaba.  En segundo año sufrí una hospitalización en el Complejo Hospitalario, donde recibí un acertado diagnóstico crónico para el cuál en más de 25 años siempre me he atendido y medicado con el Seguro. Pero me pude graduar en cinco años y luego hice mi Post Grado en Alta Gerencia en la Universidad Tecnológica de Panamá, recibiendo una educación que jamás hubiera podido pagar.
Con un préstamo del IFARHU me fui a hacer una maestría en el exterior. Y cuando ya todo había salido según el plan, nació mi primer hijo, con un síndrome inusual. Tuvimos que salir del hospital privado a toda velocidad o endeudarnos con el hospital por el equivalente a tres vidas.  Solo la Seguridad Social nos brindó terapias, hospitalizaciones, exámenes, operación a corazón abierto, consultas con especialistas, medicamentos, experiencia, certeros diagnósticos con la élite de la pediatría panameña, tanto en el Seguro como en el Hospital del Niño. Aún hoy solo el IPHE y el Instituto Nacional de Medicina Física y Rehabilitación nos ofrecen opciones realistas para la educación y terapia de nuestro hijo. El universo privado es prohibitivo e insostenible.
Cuando presenté mi renuncia –para cuidar a mi hijo—, mis jefes creyeron en mí y me ofrecieron un tele-empleo, y a la vez que pude atenderlo, aporté como funcionaria a una de las organizaciones con más mística dentro del Estado panameño. La siguiente administración entendió mi situación y mi potencial y pude continuar trabajando. Aún hoy laboro como traductora en una entidad estatal de la que me enorgullezco. La clase mundial es posible en lo que muchas veces calificamos como Banana Republic. Mi segundo hijo nació en el Complejo Hospitalario luego de que yo pasé una hospitalización de un mes. Nadie me echa cuentos sobre la pésima comida del Seguro, ni la falta de aire acondicionado. Mi bebé pasó 15 días en neonatología, sin lujos pero con tratamiento impecable. Mi familia salió adelante.
El Estado ha recomendado mis libros para su uso en las aulas, vacunado a mis hijos, obligado a mis malos patronos a pagar mis prestaciones y velado por mi familia. Gracias al Estado y a una voluntad como la de muchos panameños, hoy soy quien soy.
Yo sí necesito de un Estado eficiente, yo sí necesito que el sistema funcione, que el nuevo presidente gobierne desde el primer día. Uno no tiene que vivir en extrema pobreza para acudir al sistema público. A gente como yo, no le han regalado nada. Vivimos en un país que a pesar de nosotros mismos, nuestros egoísmos e imperfecciones humanas, sigue ofreciendo oportunidades con las que otras naciones no se atreven ni a soñar.
¡Cuánto más se podría lograr con más decencia! Esta democracia tan llena de defectos, garantiza que le recemos al Dios que nos dé la gana, si nos da la gana; que podamos soñar y ver esos sueños realizados. El país en el que yo he vivido es tu país. Mis necesidades son o podrían ser las tuyas.  Panamá no es lo que es gracias a caudillos, ni ladrones, ni incompetentes. Lo es gracias a generaciones de panameños que han hecho su trabajo con amor.





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