miércoles, 20 de noviembre de 2019

Viceversa (2017)



 Genaro Sánchez, 19 años, 125 libras, barba de un mes, ojos pardos, largas pestañas, en jeans desteñidos, Converse negras y camiseta de la Selección Nacional de Fútbol, camina por la acera, frente a un edificio en construcción. Es camino obligado para llegar a la parada de Metrobus. No le queda de otra.
— Vaya papi, tú sí tas bueno.    
—Psssssssssst… ¿tás bravo mi amor?   
—Papacito hazme un hijo.         
—To´eso es tuyo y na´ pa mí.    
—Contigo hasta el metal, chichí.
Pero él ya está acostumbrado. Es tan incómodo. Los piropos de las trabajadoras de la construcción se recrudecen y Genaro aprieta el paso mientras agarra su mochila con ambas manos en vez de llevarla al hombro. Es lo mismo todos los días. Juan Carlos lo espera en la esquina y lo hace sentir un poco más seguro. Juntos cruzan la calle por la línea de seguridad para ubicarse en la parada de bus, rumbo a la Universidad. Ambos estudian Diseño Gráfico en la Facultad de Arquitectura.  Algún día tendrán carro y no tendrán que aguantar los piropos indeseados en la calle.          
            —Chuleta, Juanca, ayer me monté en un Uber porque iba tardísimo a la U, y la conductora no dejaba de mirarme la entrepierna por el retrovisor. Me ofreció agua, pero me dio miedo de que le hubiera puesto algo. Hay que ser muy desconfiado. Luego me estuvo chateando y me mandó una foto de sus pechos, Manito, lo que uno se tiene que aguantar…
Mientras esperan en la parada ambos reciben un par de silbidos más desde los taxis amarillos al otro lado de la calle. Mujeres de cuarenta y tantos les pitan para llamar la atención. Ellos fingen que no se dan cuenta. En el edificio que se alza frente a ellos, hay una publicidad de relojes con un modelo de torso desnudo con las manos tras la espalda, como encadenado por hermosos Tissot y una leyenda “Prisionero del tiempo”
     —Ignóralos, dice Juan Carlos, ya casi llega el Metrobus.
            La conductora se detiene y mientras los chicos pasan las tarjetas de cobro, la mujer los escanea de arriba abajo, diciendo “Adelante mis reyes”. Luego grita “Me le dan un asiento a este par de pastelitos, por favorrr” —.
     Ambos caminan hacia el interior del bus, e inmediatamente dos mujeres se ponen de pie para cederles los asientos. Los chicos se sientan en hileras continuas, pero la chica que le dio el puesto a Genaro se coloca frente a él haciendo que su minifalda casi le roce la cara. Instintivamente, Genaro coloca su mochila entre su cara y la pelvis de la muchacha. A Juan Carlos una abuelita le está babeando el hombro en el puesto del otro lado del pasillo y a él le da un poco de lástima quitarse. Es cosa de todos los días.  Hay que aprender a vivir con eso.
            Durante el trayecto Juan Carlos hojea un ejemplar de la Crítica que la señora que le dio el puesto ha dejado sobre el asiento. La portada es “Se prendió el rancho: mujer enciende la casa en donde su exnovio se ha mudado con los dos hijos de la pareja”. “Nos están matando y nadie hace nada”, piensa el joven, mientras asqueado ve un poster de Maluma semi desnudo y con un collar de perro en el ombligo del periódico.
     Cuando piden parada en la estación de la Iglesia del Carmen tratan de bajar rápidamente, pero Genaro no puede escapar de que la mujer que le cedió el puesto “accidentalmente” le roce la espalda con sus pechos. Genaro suspira y baja del bus. No tiene tiempo ni ganas de armar una escena. En la parada le da la mano a un papá que sube con su bebé recién nacido envuelto en una sabanita azul. Seguro es una niña.
     —Adiós bellezassssss, se despide la conductora del Metrobus, y continúa su monótono ir y venir por la ciudad.
            Juan Carlos y Genaro ni siquiera se quejan. Nada sirve de nada. Solo pueden apresurarse a llegar a la U. Allí los hombres están razonablemente a salvo. Pero eso es relativo.
     Al llegar al lobby de Arquitectura se encuentran a Rómulo y a Ricardo. Rómulo llora desconsolado y Ricardo trata de calmarlo.
            —“Ey bro, cálmate, ¿qué pasa?” le pregunta Genaro. “¿Te podemos ayudar?       —Cha, man, es la profesora Virginia López. Me ha dicho que si me interesa pasar Dibujo Comercial, tengo que salir con ella. Sabe que estoy quedao´.
     —Áyala bestia, fren. Qué problema. Pero chilea, ¿y si lo denuncias con la Decana? Ella es bien buena gente. Es mamá de cinco hijos varones. Ella te va a entender.
     —Bro, para cuando eso se resuelva ya todos se van a haber graduado. Y yo por ahí llorando como un pendejo. Qué va manito, yo mejor la repito el año que viene. Porque esa doña ni es. ¡Vieja verde!, conmigo se va a joder—, contestó Rómulo entre llanto. El suyo no era una ñañequería, era un llanto de impotencia y de asco. De resignación. Del que sabe que es víctima de una injusticia y que se la va a tener que aguantar.
     —(Sollozo de Rómulo) Chucha, yo sabía esa vaina, awebao, desde que entré al fokin salón. La doña me desvistió con la mirada. Una descarada. Qué vaina más incómoda. Parecía que nunca había visto a un hombre en su vida. —Rómulo se restriega la nariz con el antebrazo y se lleva la mano a la frente. —¡Qué situación más cabreante!
     —Bueno Rómulo, si ya decidiste que no vas a hacer nada, tú tranquilo que esa materia no te va a parar ninguna otra. La vuelves a matricular, y punto—, le dice Genaro alzando los hombros, como quién dice ¡ni modo! —Tú, pa´lante, fren. A todos nos pasan esas cosas y aquí estamos. 
            Ricardo y Juan Carlos se van juntos a la cafetería, en donde los señores mayores con redecillas en la cabeza y uniformes rosa pálido les sirven sendos platos de salchichas guisadas con hojaldras y café. El clásico desayuno universitario. El cajero les dice “Buenos días” con mucho respeto, recibe sus pagos en efectivo y les da su vuelto. “Suerte muchachos” les dice al despedirse, con sonrisa bonachona.
            En “La perspectiva”, la Cafetería de la Facultad de Arquitectura, hay varias pantallas de televisión encendidas con diferentes canales que pasan las noticias matutinas, de seis a nueve de la mañana. Las anfitrionas de los programas visten sacos y pantalones holgados y disparan preguntas con sal y pimienta a los invitados. Los periodistas que leen las noticias llevan camisas de colores pasteles.  En tiempo de Mundial, también están pasando uno que otro partido desde Rusia tempranito. Las comentaristas de deportes se extienden en sus apreciaciones sobre los partidos de la fecha anterior, en la cual Panamá empató milagrosamente con Inglaterra, y el golazo inesperado de Amanda “La Negrita” Jones, venciendo todos los pronósticos de humillación indudable frente a la oncena de experimentadas futbolistas de cabellos rubios y shoot impresionante.
En la pantalla que da a la salida, la periodista Alana Alvarado del canal 12, tiene una exclusiva con la presidenta de la República, —que da muy pocas entrevistas en vivo—quien está proponiendo dos perfiles de abogados sobresalientes como aspirantes a la alta Magistratura de la Corte Suprema de Justicia. Maestrías en Harvard, amplia trayectoria en fiscalías y tribunales. Federico Silvera y Juan Fernando Palacios Arias. Trayectorias impecables, currículums sólidos e intachables. Dos hombres que tendrían que ser ratificados por una Asamblea avasalladoramente controlada por diputadas. La verdad sería refrescante que dos abogados puedan llegar a esos puestos, pero va a tener que haber una negociación, la gobernabilidad está en juego, pues el Ejecutivo ya intentó llenar esas posiciones anteriormente con otros dos hombres y no hubo humo blanco. Las otras siete magistradas son mujeres, por lo que la propuesta presidencial es muy interesante desde el punto de vista de la paridad.
            En el canal 34, el Ministro de Desarrollo y Bienestar Social, Saúl Gómez Landa—único hombre del Gabinete de la Presidenta Natalia Porras De Obaldía, habla de la necesidad de ser más enérgicos a la hora de hacer que las madres asuman el pago de las pensiones alimenticias de sus hijos a tiempo y aboga por penas de cárcel y severos embargos hasta a los abuelos maternos de ser necesario, para las mujeres que abandonen sus deberes maternales y no brinden apoyo a los padres, que crían y cuidan de sus hijos, quedándose en casa cuando es necesario. Al mismo tiempo, está proponiendo una ley que extienda la licencia de paternidad por tres meses más al menos, pues es un hecho que el recién nacido necesita del contacto con su padre durante los cruciales primeros meses de vida, en una sociedad en la que la mujer devenga salarios más altos, y es costumbre que vuelva a trabajar tan pronto se recupere del alumbramiento.
            Juan Carlos y Genaro, llevan sus bandejas a la pila de enseres sucios, toman sus mochilas y van a clases.
            La primera hora es de “Diseño de Imagen y Marcas”, con la profesora Gretta Aramburú. Una eminencia en la materia. Con una hermosa cabellera plateada, sus lentes de pasta y un traje impecable, dirige la clase como si fuera una jefa militar. Los estudiantes la respetan. Tiene unos 60 años y se ha ganado todos los premios que un Publicista puede ganar en Centroamérica y el Caribe. Junto a Sonia Santamaría es la socia fundadora de S & A Connection, la publicitaria más grande e influyente del país. Es una costumbre que sus mejores estudiantes de cada semestre reciban la oportunidad de hacer pasantías en su firma publicitaria hasta el final de sus carreras. A Genaro y a Juan Carlos se les sale la baba por poder aspirar a uno de esos puestos, pero es sumamente difícil para los chicos. En clase, solo las mujeres llevan chance de participar y sobresalir. Les dan los mejores proyectos, solo las chicas contestan cuando todos alzan la mano. Pareciera que el hecho de ser hombre es una descalificación total para los codiciados puestos. Alicia Chambers y Serena Ubianey parecen ser las favoritas de este año. Pero los pelaos no se dan por vencidos y dan lo mejor de sí en cada clase, porque soñar es gratis. Y eso no se los pueden quitar.          
            Antes de salir de la Universidad le pregunta a Juan Carlos si le gustaría ir a almorzar a su casa, pero Juan Carlos se excusa diciendo que tiene una cita más tarde. Genaro le sonríe. Hace meses que su amigo anda en alguna vuelta misteriosa, y no quiere soltar prenda sobre su amor clandestino.
            Genaro vuelve a su casa inspiradísimo. Poder dar clases con Gretta Aramburú, es de por sí una bendición. En su casa, su padre lo espera con comida caliente. Su favorita. Lasaña de vegetales en salsa bechamel, un beso en la mejilla y un fuerte abrazo. Genaro padre es sastre y trabaja desde casa, mientras que su madre es jueza primera del Circuito. La casa está impecable, don Genaro se esmera en los detalles. Se ejercita diariamente y cuida de su alimentación de manera rigurosa. Genaro advierte que su padre está usando sus lentes de contacto se ha pintado las canas, que en la mañana cuando se despidieron presentaban algo de crecimiento. A don Genaro le gusta vestir bien a la hora de cenar y que todo sea perfecto cuando doña Elsa llega cansada y sin ánimo de nada. Que haya cervezas frías. Que se sienta calor de hogar.
            Genaro y su padre conversan de todo y de nada. Genaro le cuenta a su padre que hoy no ha visto a Alicia Chambers. No se la ha encontrado en ninguna de las clases que tienen juntos, por lo que el día no fue tan bueno, pero que igual la clase de la profesora Aramburú hizo que todo valiera la pena totalmente. ¡Qué mujer tan inteligente! Su padre lo mira con cariño tocándose el cabello, le pregunta si le gusta cómo le quedó el tinte. Genaro levanta el dedo pulgar, en señal de aprobación, le dice que le encantan las flores del comedor que la comida estaba deliciosa y se va a su cuarto para estudiar. Con Aramburú nunca se sabe. Quizás algún día lo tome en cuenta y haga que su historia dé un giro.
     Desde el cuarto, Genaro escucha el teléfono. Parece que es Doña Elsa, para avisar a su esposo que se va a tomar unas cervezas con compañeras del trabajo. Que no la esperen despiertos. Genaro escucha a su padre despedirse con voz de desilusión. Le dice a doña Elsa que lo despierte cuando llega para calentarle la lasaña. Pero para ese entonces doña Elsa parece haber colgado el teléfono. Lo mismo de siempre.
            Genaro sale del cuarto y le pregunta a su papá si se le antoja ver alguna película en Netflix. Don Genaro sonríe agradecido por la compañía y la propuesta y corre a la cocina a enfriar un par de cervezas y a hacer palomitas de maíz en el horno microondas. Mientras camina hacia la salita de la televisión, piensa que Genarito es un buen pelao. Tan diferente de su Ana Patricia. Su hija mayor, entra y sale de la casa como si fuera un hotel. Pura fiesta. Tuvo un bebé a los 19 años con su novio José Pablo, quien obviamente tiene la custodia de su niño y cuya pensión alimenticia tiene que pagar don Genaro, porque doña Elsa no lo quiere ni ver. Ana Patricia, de 30 años no trabaja, no se entiende de su hijo, no aporta nada a la casa de sus padres, y se la pasa de fiesta. José Pablo está comprometido con una doctora que adora al niño y está a punto de terminar su carrera de Derecho. Don Genaro sabe que una vez se case José Pablo, ya no va a ver muy seguido a su nietecito       .
            Cuando llevan como una hora de estar viendo la película, suena el celular de Don Genaro.
            —Contesta tú—, le dice a Genarito.
            —Sí, papá— dice Genaro, y corre a buscarlo.
     En la pantalla sale el aviso de “Número desconocido”.
     —¿Hablo con el señor Sánchez? — dice una mujer al otro lado de la línea.
     —Sí, diga—, dijo Genaro con voz tranquila, para no molestar a su papá en caso de que fuera alguien de telemarketing.
            —Habla la detective Solís, de la Policía Técnica Judicial. Lamento llamarlo para informarle que la señora Elsa Sánchez ha sufrido un accidente y está grave en la urgencia de la Especializada. Deben venir cuanto antes.
            Genaro cerró el teléfono y le dijo a su padre que tenían que salir inmediatamente. Cuando llegaron a la Especializada, ya todo había acabado. Solo quedaba reconocer el cuerpo de doña Elsa y el del joven de la edad de Genaro que iba con él en el carro, saliendo de un hospedaje de pago por hora. Al salir a la Transístmica, un camión cisterna de leche había arrastrado la Fortuner azul marino de doña Elsa varios metros antes de detenerse. El muchacho había muerto en el lugar del choque. 
            Cuando Genaro reconoció a su amigo Juan Carlos en la camilla adyacente a la de su madre en la morgue, con el cuerpo destrozado y la cara intacta, entendió la actitud sospechosa de su mejor amigo. Se tapó la cara con las manos y se permitió llorar a gritos. Su pana del alma y su madre. Y ahora ya no estarían más. No le quedaba ni siquiera con quién enfadarse… No había a quién reclamarle…
     Don Genaro ni siquiera se dio por enterado. Hay cosas que los esposos saben y callan. Y no permitiría que nada empañara la memoria de su mujer, tan trabajadora y profesional, tan guapa y tan buena madre. Genaro y su padre trataron de evitar hablar del tema y pidieron discreción a la policía y a los padres de Juan Carlos. Guardaron todo en sus corazones y siguieron viviendo. Don Genaro, en la calma sin tranquilidad de la viudez y su hijo, sigue tratando de abrirse paso en una sociedad en la que a los hombres aún les quedaban muchas conquistas por la tan ansiada igualdad. Así lo habría querido su madre.


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