Cuando niña y adolescente yo montaba en bicicleta. Una BMX regular, como las de todos los chicos del mundo. De las que salían en E.T. y ahora en Stranger Things. Y no era que manejara por toda la ciudad, porque mis papás siempre me tenían bastante tapada. Eran horas dando vueltas en el perímetro de mi calle sin salida, atrás de la bomba Golden, en la calle Don Ramón. Vueltas, vueltas y vueltas. Me sabía los huecos de la calle, las siluetas de los pinos contra el cielo, las manchas de marañones sobre el asfalto. Fuera verano o fuera invierno. Éramos una sola cosa: mi mente inventando historias y mi bicicleta. Y eso era suficiente. Han pasado 30 años.
No recuerdo cuándo fue la última vez que salí en mi bici. Muy probablemente fue el día anterior a irme a estudiar a la capital. Después me volví una persona adulta tratando de ser importante. Desde la última vez que me subí a mi BMX, las cosas cambiaron en la humanidad. Poco a poco surgió un furor con el spinning (vaina pa´dolorosa) y luego el triatlón. Ironmen & Ironwomen por todos lados. Andar en bicicleta se volvió una costosa sub-cultura, llena de spandex, parafernalia, casco, zapatos especiales, bicicletas de materiales tan ligeros como las alas de los ángeles. Y yo, que ya no hacía nada de ejercicio, los miraba desde mi esquina. Yo no entendía el furor, ni la necesidad. Lo único que me quedaba era caminar, como el resto de los mortales. Las bicicletas parecían cámaras de tortura y todo ese culto se me hizo ajeno y lejano. Me olvidé totalmente del lugar feliz que siempre fue mi bici mientras crecía en mi barrio.
Confieso que no solo me parecía extraño, sino hasta ridículo. Uno a uno vi caer a mis amigos en el culto del ejercicio, sin entenderlo. ¿Cómo demonios vas a querer levantarse al alba y dejar tu cama deliciosa para ir a “entrenar”? De repente todos son atletas. Y las peroratas sobre su experiencia y la tecnología y los kilómetros ¡Qué pereza!
Luego me vine a vivir a un suburbio que tiene kilómetros de ciclovías. Seguía sin entender.
Lo relevante de este cuento es que, la Navidad pasada, mi esposo me regaló una bicicleta. Yo misma la escogí, como siempre, reaccionando a la tendencia. Es una bici celeste, con guardafangos y timón en forma de “n” invertida. Tiene una canastita blanca al frente. Supongo que muy parecida a la que usaba Ana Frank. El asiento es comodísimo. Nada que ver con las bicis aerodinámicas de mis amigos.
No pude usarla de una vez. Se quedó dos semanas estacionada en mi garaje, porque no tenía ayuda y los kids no se iban a cuidar solos. Así que cuando conseguimos a alguien que nos ayudara me hice el firme propósito de salir a andar en bicicleta a las siete de la mañana.
No les puedo explicar. La brisa en la cara. Las bajadas después de las lomas, a toda velocidad, sin pedalear. Y lo más extraño de todo, no me dolía nada. Me comencé a despertar más temprano, con la camisa de pijama, con una gorra de mi papá. Con las mismas zapatillas y leggins de toda la vida. Con unos audífonos nuevos. Mi celular y mis lentes de sol normales en la canastita. Con mis listas de Spotify, porque todo es mejor con música. Con el app de medir kilómetros del mismo celular ese normalón que uso.
Llevo dos meses y mientras escribo este artículo mi app me dice llevo 378 kilómetros. Por fin entendí que mi escepticismo era en parte, la más vulgar de las envidias. Envidia porque no entendía las posibilidades de mejorar mi vida, la necesidad de hacer algo por mi bienestar y disfrutarlo al mismo tiempo.
Cuando los doctores nos dicen que “tenemos que hacer ejercicio” olvidan decirte lo más importante: busca un ejercicio que TE GUSTE. Es como trabajar: si encuentras algo que te apasione, nunca va a ser trabajo.
Me da mucha tristeza el tiempo perdido. Casi treinta años sin mi bici. Ojo, no he perdido ni una libra ni me veo diferente. Para eso hay que hacer otras cosas. Pero de verdad que algo pasa dentro de nosotros si encontramos la actividad correcta. Me organizo mejor, me siento con más energía. Duermo un poco menos y no siento que me haga falta. Es tiempo conmigo misma y puedo ordenar mis pensamientos con más claridad. Creo que soy una mejor mamá, esposa, hija y hermana.
Lo mío no es caminar ni trotar. Lo he intentado y lo he detestado con todo mi ser. Para MÍ, no tiene sentido. Pero ahora entiendo a los sport freaks. Que conste que yo no “salgo a rodar”, ni a entrenar. Salgo a andar en bicicleta. Y ese detalle, ha sido toda la diferencia.