Hasta hace un par de años fue que vine a escuchar sobre esta
“condición mental”. E inmediatamente
supe que yo la padezco. Es tan real y
tangible que puede resultar dolorosa. Es como un freno cerebral que nos
distancia de nuestras metas y sueños, ante la necesidad de validación constante
sobre nuestra propia idoneidad.
Este “sentimiento” es una inseguridad de mayor o menor
intensidad sobre nuestros logros profesionales.
Uno no se siente digno de recibir los títulos o méritos académicos y
laborales a los que sin lugar a dudas tiene derechos. No sé cómo lo viven los hombres, pero para mí
como mujer, la duda se extiende hasta para la ejecución de mi maternidad y mi
rol de jefa de familia. Ni mencionar mis
21 años de ejercicio como traductora pública autorizada, mis libros publicados,
mi desempeño como profesional del Derecho en Panamá o mi portafolio como
Editora Ejecutiva de esta revista ininterrumpidamente por 18 años y mis
credenciales como bloguera, profesora-facilitadora de varias clases universitarias dentro
de mi expertise y principalmente de escritura creativa.
Mi caso empeora ante el constante bombardeo de
información por internet y las redes sociales que me hacen sentir que mi aporte
no es lo suficientemente valioso. Nos la
pasamos escroleando sobre las vidas increíbles de gente que parece que
todo lo que tocan lo convierten en oro.
Me da vergüenza que me digan licenciada, escritora o profesora. Siempre hay alguien que es mejor que uno o
más idóneo para ejercer funciones para las que me he entrenado por más de 32
años.
Y por otro lado están los que se juran la última Coca-Cola del desierto, sin
experiencia, sin estudios, sin portafolio de objetivos logrados y sin ética de
trabajo que se autodenominan coaches de cuánta vaina, luego
de…espérenlo…: haber investigado en Google. ¿Cuál es la causa de este síndrome? ¿Cómo se
supera? No tengo la menor idea. En mi caso, he recibido validaciones que no
quisiera necesitar, pero que es evidente que me reconfortan. Algún premio en
concursos nacionales, reconocimientos a mi trayectoria, la confianza de
terceros para los que sí soy una autoridad en algunas materias, los cumplidos
de estudiantes satisfechos que recibieron mis clases sintiendo que no me guardé
nada para mí misma y que me esmeré hasta el detalle en la preparación de mi
material, para estar actualizada y ofrecerles el tipo de tutoría que me hubiera
gustado recibir a mí. El apoyo de mi
familia es vital. Los abrazos de mis
hijos son clave. La confianza de mi
esposo en mis criterios domésticos e intelectuales, es indispensable.
Si me lo preguntan, creo que rodearse de gente objetiva y
positiva suman muchísimo a la autoestima y al convencimiento de que uno es
competente en su ramo de conocimiento.
Dejar de compararme con la gente de las redes, con los más jóvenes y con
aquellos que tienen un BMW propio a los 25 años o que son millonarios gracias a
su canal de Youtube, mirarme al espejo y revisar mis propios logros, quizás me
devuelvan la fe en mí misma, la que debo decidir tener, todos los días.