lunes, 3 de junio de 2024

El síndrome del impostor

Por: @KlenyaMorales

Hasta hace un par de años fue que vine a escuchar sobre esta “condición mental”.  E inmediatamente supe que yo la padezco.  Es tan real y tangible que puede resultar dolorosa. Es como un freno cerebral que nos distancia de nuestras metas y sueños, ante la necesidad de validación constante sobre nuestra propia idoneidad.

Este “sentimiento” es una inseguridad de mayor o menor intensidad sobre nuestros logros profesionales.  Uno no se siente digno de recibir los títulos o méritos académicos y laborales a los que sin lugar a dudas tiene derechos.  No sé cómo lo viven los hombres, pero para mí como mujer, la duda se extiende hasta para la ejecución de mi maternidad y mi rol de jefa de familia.  Ni mencionar mis 21 años de ejercicio como traductora pública autorizada, mis libros publicados, mi desempeño como profesional del Derecho en Panamá o mi portafolio como Editora Ejecutiva de esta revista ininterrumpidamente por 18 años y mis credenciales como bloguera, profesora-facilitadora de varias clases universitarias dentro de mi expertise y principalmente de escritura creativa.

Mi caso empeora ante el constante bombardeo de información por internet y las redes sociales que me hacen sentir que mi aporte no es lo suficientemente valioso.  Nos la pasamos escroleando sobre las vidas increíbles de gente que parece que todo lo que tocan lo convierten en oro.  Me da vergüenza que me digan licenciada, escritora o profesora.  Siempre hay alguien que es mejor que uno o más idóneo para ejercer funciones para las que me he entrenado por más de 32 años.

Y por otro lado están los que se juran la última Coca-Cola del desierto, sin experiencia, sin estudios, sin portafolio de objetivos logrados y sin ética de trabajo que se autodenominan coaches de cuánta vaina, luego de…espérenlo…:  haber investigado en Google.  ¿Cuál es la causa de este síndrome? ¿Cómo se supera?  No tengo la menor idea.  En mi caso, he recibido validaciones que no quisiera necesitar, pero que es evidente que me reconfortan. Algún premio en concursos nacionales, reconocimientos a mi trayectoria, la confianza de terceros para los que sí soy una autoridad en algunas materias, los cumplidos de estudiantes satisfechos que recibieron mis clases sintiendo que no me guardé nada para mí misma y que me esmeré hasta el detalle en la preparación de mi material, para estar actualizada y ofrecerles el tipo de tutoría que me hubiera gustado recibir a mí.  El apoyo de mi familia es vital.  Los abrazos de mis hijos son clave.  La confianza de mi esposo en mis criterios domésticos e intelectuales, es indispensable.

Si me lo preguntan, creo que rodearse de gente objetiva y positiva suman muchísimo a la autoestima y al convencimiento de que uno es competente en su ramo de conocimiento.  Dejar de compararme con la gente de las redes, con los más jóvenes y con aquellos que tienen un BMW propio a los 25 años o que son millonarios gracias a su canal de Youtube, mirarme al espejo y revisar mis propios logros, quizás me devuelvan la fe en mí misma, la que debo decidir tener, todos los días.

 

El síndrome del impostor

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