jueves, 3 de septiembre de 2015

Un niño sin patria

Un niño sin patria
(En memoria de Aylan Kurdi)  
“Ama, pues, al forastero, porque forastero fuiste tú mismo en el país de Egipto.”
Deuteronomio, 10,18

Parece que duermes. Y que en tu sueño esperas que te rescaten. Que te salven. Que te den otra oportunidad. Pero eso es un engaño. Un error de percepción. Ya nada puede hacerse. Eres tú el que rescatas. El que salvas. El que das otra oportunidad. Porque aunque yo esté a miles de kilómetros de ese mar que te ha devuelto al mundo que te ha fallado, me has estremecido cada pedazo del alma. Me has recordado que soy persona y que contigo se ha ido algo de lo bueno que vivía en mí.
Me has confrontado con mis límites y mis nacionalismos absurdos. Me has denunciado que anoche no oré por los que como tú, han tenido que salir de sus casas, de sus tierras y de las fronteras de sus sueños para implorar un pedazo de espacio donde sea. Donde sus cabezas no tengan precio. Donde su Dios no sea una amenaza al poder. Donde a uno lo dejen creer en lo que sea.

Me lo pienso un poco al escribir artículos como este. Trato de no hacerlo al calor del momento y me digo que suficientes cosas tristes suceden para que nosotros incluyamos temas que ya han sido ampliamente abordados por otras plumas más calificadas. Cuando iniciamos esta revista, nuestro sueño era y sigue siendo documentar las cosas buenas y bellas de este suelo inmenso en belleza y en bendiciones que es Chiriquí. Y hemos cedido al orgullo del regionalismo y de la defensa de nuestras costumbres, nuestra ideología de patria chica y nuestro celo ancestral de mantener  y preservar lo que somos. Sin embargo y como en otras ocasiones, nuestra provincia vive en el contexto de la historia del mundo. Y ahora que “el mundo es plano” no podemos sustraernos de una dinámica que cada día hace más importante nuestras acciones u omisiones. Ante el conocimiento que se abre a nuestros ojos, también tenemos grandes responsabilidades, pues nunca antes en la historia el ser humano ha estado tan empoderado para hacer cosas trascendentales y compartir con el resto del mundo sus logros.

Pero al mirar la fotografía de Aylan, una y otra vez, no puedo evitar sentirme diminuta. Fracasada como ser humano. La realidad es que del otro lado del mundo hay un ejército de hombres dispuestos a aniquilar a pueblos enteros por imponer su dios y su ley. Y de este lado del mundo estamos cerrando las puertas a quienes huyen de la miseria humana. Quizás no hay nada que yo podría hacer para que niños como Aylan  logren llegar a salvo a la orilla, pero no he hecho nada a mi alrededor para mitigar el dolor ajeno. Aquí a la vuelta de la esquina hay extranjeros que buscan una mejor vida lejos de sus patrias. Hay huérfanos que esperan por la calidez de una familia, niñas embarazadas que buscan una oportunidad de avanzar, fundaciones que piden aunque sean centavos para tratar de enmendar cosas en las que como sociedad hace mucho tiempo dejamos de funcionar correctamente.

Te miro de nuevo y siento que no he amado lo suficiente. Me has desmoronado ante mi ineptitud de ser la samaritana. De pensar que soy buena. De fallar constantemente en la solidaridad con el hermano.

La situación de los desplazados nos debe afectar, porque en un mundo sedado por la frivolidad y el circo, entumecido por las tecnologías y secuestrado por el individualismo, estamos perdiendo la capacidad de indignarnos frente a la injusticia. Y eso nos disminuye como seres humanos. Nos aleja del amor. Hace que nuestras vidas dejen de ser dignas de vivirse. Porque nada nos realiza como el contacto con el prójimo.

Hoy les pido que discutan con sus hijos y sus seres amados la situación de los refugiados sirios. Aunque sea por un minuto, que toquen el tema en sus aulas. Seamos gente. Hoy les pido una oración, no por Aylan quien no conoció la maldad y es un ángel que pide a Dios por nosotros, sino por nosotros mismos. Porque no nos dejemos cosificar ni renunciemos a nuestra humanidad.


viernes, 21 de agosto de 2015

Instrucciones para vender una casa

Cuando vendes una casa, realmente no son las cuatro paredes y el metraje de construcción lo que cuenta, uno no vende cemento, mezcla, tejas y acabados. No vendes las puertas con sus cerrojos. No vendes los grifos de agua ni las ventanas. Ni los colores que escogiste, ni la ubicación de los muebles ni tus rincones favoritos. Vendes un poco de luz. Y vendes espacio que otros llenarán de memorias que no serán las tuyas. Eso es lo que vendes. Vendes la nada.
Y uno no llora por la casa, per se, aunque lo parezca. Son las cosas que pasaron dentro del vacío que todo eso encierra, lo que verdaderamente queda atrás. Son los detalles. Es la vida que sucedió. Buena, mala o regular. Es el aire respirado a lo que se renuncia. Y a eso, es muy difícil ponerle precio.
En esa casa, había empezado el cuento. El “…y fueron felices para siempre” sopeteado y simplificado de nuestros días, por aquellos que piensan que la vida no es seria, que la vida es un manojo de sonrisas salpicadas por dificultades. Aquellos que creen que la historia no sucedió y que uno es capaz de borrar las decisiones que ha hecho, con nuevos pactos, alianzas o promesas.
Todo comienza con el anuncio en el periódico. Tan frío. Fotos en las que no hay gente, pero que en las que deben salir esos rincones íntimos que edificaron tu cotidianidad. Miento, todo empezó antes, en tomar la decisión de dar un paso en otra dirección. Hay que inventar disculpas a la vida que llevas y estar de acuerdo en que no puedes seguir viviéndola así. Hay que convencerse de que todo puede ser mejor. Y uno puede argumentar que lo que tiene es suficiente, pero la semilla de la inconformidad ya estará sembrada. Y como todos sabemos, los sortilegios bien hechos, no se pueden deshacer.
“Todo es por culpa de la nostalgia”, te dices mientras bajas las escaleras y miras los titulares en el periódico de la vecina. Volverás a ver otros titulares, pero no los de ese periódico ajeno y puntual, que de algún modo siempre estaba allí, uno que tus ojos estrenaban cada día.
Los ayeres vienen a ti. A traición. Cuando menos los esperas. Y te pegan en el estómago, sacándote el aire.
Vas y vienes por el pasillo del amor, aquel del que cuelgan las fotos bonitas, reservadas para el que pasaba de la sala. Guías a cuantos han querido ver la casa. Y se te retuerce el estómago. Pero es que hay que enseñar la casa. No se va a vender sola. Y es que la quieren para alquilarla, o el precio está muy alto, o es que no tiene elevador, o es que está muy vieja. Y no tengo que mentir para venderla. En verdad la vendo con un nudo en el alma, porque no la puedo mantener. Es cuestión de plata. Si por mí fuera, no la vendo. No me tengo que esforzar inventando falsos beneficios. No hay vicios ocultos en la sinceridad. Se me han aguado los ojos al hablar de mi casa. Ni me esfuerzo y lloro. Y pido que suceda un milagro y no haya que venderla. Pero parece que Dios no opera así.
Primero debes descolgar las fotos, los relojes y las libélulas. Será de vital importancia que no quede ningún calendario en donde lo puedas ver, con sus lunas llenas y sus mareas altas. Que no quede la goma de las calcomanías que pegaron tus hijos y trata de recoger en una bolsa las sonrisas que aún vuelan por las ventanas, como mariposas en verano. Esos serán puntos débiles. Llora antes de firmar los documentos, así no te desfragmentarás cuando tengas a los compradores extendiéndote el cheque del primer abono.
Haz las paces con las grietas, los zócalos y las imperfecciones del repello original. Pasa el dedo índice por el cemento blanco de las uniones en el piso, y de aquella mancha que nunca te empeñaste en quitar. Sopla el polvillo que levantó el taladro de entre los pliegues de la historia que empezaba con un suspiro y batallaba hasta que el día no diera más.
Cuídate no haber sido demasiado feliz entre sus paredes. Pero tampoco debes haber derramado muchas lágrimas. Trata de no recordar, pues en la memoria todos los recuerdos son felices. Así nos traiciona, haciéndonos pensar que el futuro es incierto y que el pasado fue increíble. Ve a cada esquina y mira por las ventanas hasta que se te gasten los ojos, hasta que te aprendas la silueta de la lluvia en la ciudad. Tómate ese último café a toda hora. Desiste de ir al cine, ir a misa o ver a los amigos y fúndete en tu sillón, abrazando a tus rodillas. Porque una vez que entregues las llaves, comenzarás a abrazar las rodillas de otra persona. Una que eres tú sin tu casa. Sin esa trinchera de la realidad en donde soñaste y moriste cada día.
Te van a dar más ganas de llorar. Mil veces. Mil quinientas veces. Escoge las que puedas. Llora en serio y en privado. Porque en esos lugares usualmente vive el amor. Y viven las palabras que no se dijeron, ésas que se callan porque existen, y porque nadie sabe a dónde van a parar.
Cierra cada puerta, escucha cada gozne, recuerda todo lo que se quedó sin hacer, para que te queden ilusiones, Nunca sabes cuándo las necesitarás. No temas que otro escuche lo que saben las paredes o que vean los abrazos a través de los dinteles. Las casas son discretas.
Quizás no sea para tanto. Al final las cosas son cosas. Reemplazables y finitas. Pero por si las dudas, sal rápido y conteniendo la respiración. No te detengas a recoger los pedazos de tu corazón que se incrustaron entre las baldosas ni los que encallaron en las madrugadas. Recuerda que en la casa nueva, los rayos del sol dibujarán minutos sin usar. Tira un beso al aire y que sea como el primer ladrillo, que amuralle los espacios vacíos, en los que volverás a amar. Sólo un momento más. Y oprimes el manojo de llaves contra tu pecho. Tan fuerte que marcas los ángulos sobre tus palmas.

Entonces él entra por la puerta. Te tapas la cara, pero es muy tarde, ya te ha visto llorar y ahora te abrazas contra su pecho. Y  se pregunta si estarán haciendo lo correcto. Pero todos saben que ya es muy tarde. Los pactos hay que cumplirlos. Los compradores hacen planes, ven su historia derramada por las esquinas que eran tuyas. Ya nada se puede echar hacia atrás.

viernes, 6 de marzo de 2015

Libertad, igualdad, fraternidad y terror



Los hechos del 7 de enero de 2015 marcaron un antes y un después en la historia del periodismo. El mundo entero se paralizó ante la ejecución a sangre fría, de periodistas y empleados del semanario parisino Charlie Hebdo por parte de grupos extremistas islámicos, de la misma calaña que cualquier otro terrorista del planeta. Gente para la que la vida humana no vale un pepino. Gente para quien el que no piensa como ellos no es digna de respirar. Hombres y mujeres que se amparan en su fe para encañonar a los “infieles” con una kalashnikov y abrir fuego contra sus semejantes.
En un planeta en el que debería haber espacio para todos vemos y seguiremos viendo cómo la cultura de la muerte sigue entregándonos frutos. Establezco el respeto a la vida, a cualquier vida humana, como un valor absoluto, al cual me rindo tanto religiosa como éticamente.
El grito común de la civilización ha sido identificarse con el hecho de que las ideas perviven a quienes se atreven a manifestarlas. No se admiten peros, ni medias tintas, ni tibiezas. La libertad no debe ni puede tener obstáculos ni frenos. Y a costa de parecer reaccionaria y recibir críticas, voy a hacer una pequeña reflexión sobre  el derecho a burlarse de lo que es sagrado para otro, desde la humildad de mi columna. Recuerden que es mi derecho.
En primera instancia, tú no decides lo que es sagrado para mí. No importa cuánta risa te de. Cuando te digo que algo es sagrado en serio, no te estoy intentando decir nada más. No te estoy preguntando si estás de acuerdo. Si no lo sabías, ahora lo sabes. Cuando te digo que mi Madre es María y mi Padre el Dios de los cielos, no te estoy queriendo decir nada más. Te digo lo que te digo. Cuando tú dibujas una blasfemia contra lo que te dije que es sagrado, me estás escupiendo a la cara. Y eso es humillante y doloroso.
Cuando tratas a un bebé no nacido de “protohumano”. Cuando tú me dices que tu perro tiene sentimientos y alma. Cuando me dices que te da asco que yo coma carne porque la vaca fue sometida a ultrajes. Cuando esgrimes que un hogar puede tener dos madres o dos padres, o que eres de un género indefinido y que la naturaleza se equivocó contigo, a mí me toca respetarte, pero no me lo tengo que creer ni aprobarlo, así como a ti no te cuadra mi “mitología”. Punto. No mandas en mi mente.
Charlie Hebdo pasó de ser un pasquín revoltoso, a un bastión de la libertad de prensa. En lo personal me sentí muy ofendida al investigar de qué iban. Y debo estar preparada para que mis hijos o cualquier niño educado en la fe católica, entienda por qué otro puede ser tan irreverente con lo que para mí es sagrado. Las ideas expresadas en las caricaturas escalaban las cimas del irrespeto y no promueven ni la igualdad ni la fraternidad. Por el contrario encendían y provocaban. Hacen que uno se sienta impotente de tener que aguantarse callado.
Dejan el sabor de que los que profesamos alguna religión tenemos impedimentos mentales. Irrespetan los principios sobre los cuales se ha cimentado la civilización como la conocemos. Estereotipan al católico. Y nos piden a los practicantes mirar hacia otro lado, porque no podemos sustentar su iluminismo con nuestra fe.
El católico debe estar listo para fortalecer su alma y guardarla de todo lo que busque corromperla porque creemos en una vida eterna y queremos salvarnos. El periodismo no debe ser un instrumento de odio. Debe ser un arma para llegar a la verdad.

Muchos no habrán llegado hasta esta línea de un escrito tan aburrido. Pero si usted tiene derecho a enlodar a mis padres, a mi patria o a mi Dios, yo tengo derecho a decirle públicamente, que lo que hace está mal.

lunes, 12 de enero de 2015

Hemos sido padres mediocres

Este artículo me ganó muchas participaciones, desde vieja loca hasta lo que ustedes quieran. Aquí les comparto mis pensamientos.

De salida les digo que soy católica practicante. Catecúmena, para que vayan a Google y desestimen mi opinión porque no soy de “mente abierta”. Pero no es a los librepensadores a los que dirijo mi artículo, pues ellos tienen un cerebro tan evolucionado que no creo que mis ideas emanadas directamente de las catacumbas les causen más que risa y lástima.
Les hablo a los padres de vocación, comprometidos con amar a sus hijos y que los han esperado con ilusión, para que vivan y aprendan hasta que no les quepa más conocimiento. A los que les importa la coherencia entre vida y pensamiento, y a los que quieren que sus hijos tengan todo.
No hemos sido parte de la solución y hoy estamos a punto de ver lo que pasa cuando la gente que sí está convencida de sus principios toma la batuta.
Nos urge un programa de educación sexual. El trabajo que nos correspondía a los padres lo hace la internet, los videojuegos –que ya simulan hasta gang rape (violaciones grupales)–; la basura con la que las dos principales televisoras locales envenenan a todo el que no puede pagar cable; la violencia sexual explícita de Game of Thrones; la publicidad sexista de todo el sistema capitalista, y el twerking (baile sugestivo) de la ex Hanna Montana, verdaderos ideólogos de esta generación.
Por si fuera poca la bazofia disponible sin control, ahora quieren que el archicompetente Estado custodie la educación sexual de mis hijos. ¡Pero si yo tengo un plan! Me he preparado para darles a mis hijos esa educación de élite que no puedo pagar. Tendré que hacerlos desaprender sobre esterilización voluntaria a los 18, ideología de género y viabilidad moral del aborto. Encima de las preocupaciones paternales debido a las drogas, el comunismo, neofascismo, consumismo, etcétera, mis hijos tendrán acceso a la parafernalia anticonceptiva sin que yo me entere. Pasarán 12 años hablando de sexo.
Soy fan de Calle 13, Caifanes y Sabina; me enloquecen Gabo y Asimov. Soy ambiciosa, ansiosa por vivir, escribir y leer. Escritora por ósmosis y abogada por accidente. Mujer interesada por mi lugar en el mundo. Me apasionan Simone, Friedan y el misterio de la violencia doméstica que ejerce quien juró amarte. Mis escritos me preceden desde los 15 años. No gastaré tinta en eso.
Supongamos que yo soy la única madre con este esquema. Lo cual es falso. Mi derecho de minoría será pisoteado. Pienso que el aborto es un eufemismo de asesinato. Tendré que modificar mi plan, porque he sido ciudadana mediocre, con miedo a defender mis principios por no ser tachada de intolerante y no involucrarme a tiempo. La agenda feminista del gobierno demócrata de Estados Unidos encontró la perfecta fisura histórica para colonizar la mente de mis hijos.
Estoy pensando en un plan B. Blindaré a mis hijos al precio que sea. Porque si este Gobierno no veta y sustituye el proyecto con algo que valga la pena y sea acorde a esta sociedad, Planned Parenthood volverá a la carga.

viernes, 16 de mayo de 2014

Amar dos veces

Amar dos veces
Por: Klenya Morales de Bárcenas
Publicado en el Suplemento Ellas, del Diario La Prensa, en su Especial de Maternidad
del Miércoles 14 de Octubre de 2014

Te gradúas de cuanta cosa puedes. Te realizas como profesional. Todos están orgullosos de ti. Encuentras (en mi caso reencuentras) al príncipe azul. Tienes la boda de los sueños. Ni en Hollywood. El plan era tener unos cuatro hijos. El plan era ser felices para siempre. Nunca fui ni soy chiquillera, pero me parece que la dinámica de las familias grandes, una vez superados los difíciles primeros años, debe ser muy divertida. Con ilusión esperamos a nuestro primer hijo, luego de una historia de novela de 13 años. Y la trama cambió, radicalmente. Llegó Juan David y me enseñó a ser mamá de formas muy diferentes. Y a ser feliz de maneras no convencionales.

Al tener en tus brazos a un primogénito “especial”, como políticamente es correcto llamar a niños como mi hijo, es comprensiblemente humano tener miedo. Querer salir corriendo. Y confieso que lo tuve. Por mucho tiempo. Tanto fue así que tiré por la borda mis planes. Me sentí incapaz, culpable, furiosa, me rendí varios miles de veces. Y me sigo rindiendo. Pero cuando tienes a un hijo como el mío, también aprendes que si el no “se echa”, menos derecho tienes tú de echarte.
Audífonos, terapia, operaciones, citas, especialistas. Vivir con el miedo y hacerte su amiga. Esa es toda una historia. Pero la intención de estas líneas es contarles cómo recuperamos nuestra vida y cómo resucitaron nuestros sueños.

Mi esposo me recuerda el día en el que le dije que ya no tenía miedo y que quería volverlo a intentar. De eso hacen como 3 años, si no es que más. Yo no recuerdo cómo, pero simplemente pasó, en un momento dejé de estar asustada. Pensé que la vida es muy corta y que no tendría otra oportunidad de construir la familia que soñé frente a Dios. Y luego de que los planetas se alinearan, y que el doctor dijera que mis probabilidades disminuían por día, y que el cardiólogo de Juan David hubiera puesto fecha a la tan temida cirugía de corazón abierto, nos salió un positivo, que yo me esperaba. Casi desde el minuto cero lo supe. Se nos había dado otra oportunidad. La vida comenzaba a exigir más dentro de mí y me metía en este enredo emocionante que pensé que no volvería a experimentar.

Hoy exhibo una pancita de ocho meses, seis años después del nacimiento de mi Juan David y con el reloj biológico bastante en contra. La gente me mira. Unos con alegría. Otros con cara de “ésta no aprende”, otros con la frase “Juancito necesitaba un hermanito, eso le hará mucho bien”. Y a mí no me es dado juzgar, sus juicios, valga la redundancia. Pero he llegado a la conclusión de que estas historias suceden para que uno las comparta. Si no, ni las risas ni el llanto habrán tenido sentido.

Este segundo bebé, viene a un mundo complicado pero hermoso. A un mundo en el que nadie cree en la magia, ni en los milagros, ni en los ángeles. Un mundo en el que les dicen “conjuntos de células” a los pequeñitos. En el que la gente no cree en el amor, ni nadie quiere sufrir y todos tienen “derecho a ser felices”. Un mundo en el que los hijos son una complicación, y mejor te lo piensas dos veces.
Todos me preguntan si es niño o niña. Cuando digo que no sabemos, no lo pueden creer. Queremos mantener el secreto. El doctor obviamente sabe, pero se ha prestado a nuestro juego. Porque hay misterios que valen la pena. Porque me encanta llevarle la contraria al sistema, como cuando puse dinero en mi ramo de novia, porque me daba coraje que las mujeres se maten por agarrar un manojo de flores, sin otro incentivo que no sea el del futuro marido.

Y estoy disfrutando esta segunda maternidad con la misma ilusión y los mismos miedos, sino es que un par de miedos más, pero con lecciones aprendidas y esperanza de que las cosas no sean tan extrañas esta vez. Todo se me ha olvidado. Y aunque lo recordara bien, ésta será otra historia. Es otro proyecto. Otro sueño. Arriesgado, pero sabiendo que no estoy sola. Que nunca lo estuve.

Juancito toca mi panza y sabe que algo ha cambiado. Es complicado hacerle entender lo que va a suceder, cuando yo sé perfectamente que nada es exactamente como uno lo planea. Cuando el nuevo bebé tenga 10 años, yo tendré 49. Y Dios sabe que no estoy segura de tener las energías. Como no las tuve la primera vez. Mi esposo, hace cuentas, planifica, se preocupa por lo que sienta Juan David sobre su hermanito (a), trata de contener los nervios. Ya le hemos comprado un body del equipo de Argentina. Sea niño o niña, será hincha, hasta que decida lo contrario po su propia voluntad.

Tengo nuevos planes, sé cosas nuevas. Tengo más paciencia. Supongo que soy mejor ser humano que cuando sólo pensaba en mi propia felicidad y en mis proyectos. Cuando creía que la felicidad estaba en la perfección y el éxito, tal y como lo define la sociedad en la que vivo. Soy hija mayor y hasta donde entiendo la situación del segundo hermano es, digamos, interesante. El nuevo bebé tendrá la ventaja de tener una mamá que ya ha visto latir el corazón de un hijo, y tenido que entenderlo sin lenguaje. De un papá que a la fuerza entendió que el amor va muchísimo más allá de las palabras. Literalmente.

Quiero para este bebé un camino nuevo. Sin proyecciones. Sin límites. Sin tantas piedras como las que le han tocado a su hermano. No lo voy a negar. Eso no implica que tenga bendiciones especiales para mi bebé. Que le guste leer. Que no tema amar, pero que no ponga su corazón en las cosas de este mundo. Que sea libre y valiente y que se arriesgue a tirar las redes. Mientras escribo estas líneas me patea con fuerza, como diciendo “Mami, no cuentes mis cosas, yo no los conozco”. Y yo le contesto, que a su alma le ha tocado habitar dentro de una mamá a la que le encanta contar historias, y que tendrá que vivir con eso.


El miedo y el amor no saben convivir. El amor es complicado. Pero les puedo asegurar que el corazón está diseñado para amar dos veces. Y todas las que sean necesarias.

Haberte amado

A Gabriel García Márquez, un mes después de que se fue...


Creo en mariposas amarillas que te pueden seguir donde quiera que vayas, en ojos de perro azul, en anónimos dejados frente a las casas y en abuelas desalmadas. Creo en vagones de trenes llenos de muertos. Creo en una bella mujer que fue asunta al Cielo, en ángeles viejitos de alas muy grandes que viven en gallineros. Creo que el verbo te habitó y te hizo su dios, su esclavo y su profeta en un planeta de mortales que no te merecimos, pero que te necesitamos.

Era 17 de abril de 2014. Jueves Santo. Un día antes de mi cumpleaños, hace exactamente una luna llena. Te me fuiste, Gabo. Y te he llorado como a un abuelo. Con vergüenza de mí misma por la sensiblería tan ridícula. Como si hubieras sido un hombre cualquiera, un héroe de revista del corazón y yo una groupie desconsolada. Yo caí a tus pies para siempre, me creí cada mentira, cada truco, cada pendejada. Ningún hombre se burló de mí de esa manera. Fuiste un fuera de serie frente a tu máquina de escribir. Un referente irrenunciable e innegable de todo lo que he intentado escribir desde que te conocí. En tu reino comprendí, que no hay camino más exitoso hasta el corazón de un lector, que decir lo que quieres decir, al precio que sea, no importa qué cabeza ruede. Pero es que lo que tú hacías ni se aprende ni se enseña. Es tan difícil querer escribir cualquier cosa después de leerte, García-Márquez, pues agotaste la magia de todas las voces, de todos los tiempos habidos y por haber.

Y ahora ante tu leyenda confieso haberte amado, confieso que vuelvo a ti en busca de consejo, porque eres la solución a mis páginas en blanco, porque bajo tu pluma cualquier palabra era elevada a la sofisticación, aun cuando escribiste altisonantes barrabasadas, que ofendieron a quienes son incapaces de amar su lado oscuro. Tus tiempos son perfectos. Siempre eres oportuno, lacerante y mágico. Sólo tú podías decir “Uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre” y salir del capítulo lleno de aplausos. O dejar caer un “"El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas" y hacerme citarte como si fueras el mismísimo Evangelio.

Eres un monstruo. Un mito. Una exageración que raya en lo sobrenatural. Así te he amado, viejo. Hace 30 días yo respiraba tu mismo aire y eso me hacía sentir especial. Ahora que te fuiste, tú eres la luna y sólo me queda mirarte, aullando sin esperanza por cualquier frase que se te hubiera quedado sin llegar a mí.

Lo nuestro fue especial. Lo sé porque estás aquí y por primera vez leerás algo que yo escribí. Porque ahora eres uno con todo y puedes mirar encima de mi hombro. Y te reirás y me dirás en secreto que no renuncie a mi trabajo convencional o que lo deje todo y escriba hasta desfallecer. Pero, viejo, aunque mi prosa accidentada sea mala e indigna, es verdad. Y aunque no te lo dijera, ya sabías de mi amor.

Yo no podía quedarme sin hablar de política

Por: Klenya Morales de Bárcenas

No recuerdo quién me dijo que todo hombre tiene su precio, el problema es poder pagarlo.  De todos los asuntos sobre política y elecciones que se van a tocar durante varios meses en este país, hay uno que realmente me ha removido en lo más profundo de las vísceras, causando un sentimiento que no puedo calificar como menos que asco. El dinero gastado en campaña, específicamente por el Estado, con la intención de favorecer al candidato del partido de gobierno.

Debo hacer una acotación. Yo voté por la nómina conformada por Cambio Democrático y el Partido Panameñista en 2009. Y aún sabiendo lo que sé hoy, votaría igual, aunque con el corazón empequeñecido.

Dicho esto prosigo. Como panameña se me cae la cara de vergüenza al ver la cantidad de plata que el gobierno invirtió en los últimos 6 meses en tratar de hacerme sentir orgullosa por obras que ya se habían construido. Eso no es un favor, señores. Es un deber, por el amor de Dios. Y cuando uno hace su trabajo, especialmente si es para el pueblo, se queda callado y deja que las obras hablen por sí mismas. Uno deja que la historia lo posicione en el lugar que se ganó. Esa gente que te eligió necesita cosas básicas: Salud, servicios públicos y educación. En ese orden y ante todo.

Esas cuñas de "Más en 5 años que en 50", "Más en 4 años que en 40", "Prometido, cumplido", sin más colores del espectro que los ya conocidos turquesa, blanco y rosa, se pagaron con dinero tuyo, mío, de nuestros hijos y nietos. No te engañes. No salieron del presupuesto de Cambio Democrático, ni de las empresas del presidente, ni de los patrocinadores del candidato CD. Y luego del 4 de mayo de 2014, no he visto ni una sola cuña más. Si ustedes vieran esas facturas de publicidad, no podrían dormir. Yo exijo ver ese balance. Es lo mínimo que me merezco.

El presidente que yo escogí y que debía estar trabajando por mi futuro, pues para eso le pago cuantiosos impuestos en relación a mi ingreso, utilizó su cuenta personal de Twitter para promocionar sin ningún escrúpulo a su candidato, en horas laborables y no laborables, sus encuestas favorables, las apetencias de su corazón "porque el también lo tiene". Usó la cuenta de la "majestad de la patria" para insultar y denigrar a sus oponentes. Para sacar papeles y dejar de manifiesto que jamás le interesamos realmente. Ni un ápice de respeto.

Para nada de lo que he dicho necesito pruebas. Son hechos consumados y documentados. Por los que estoy segura de que nadie pagará.

No voy a hablar de los carros, neveras, jamones, arroces, dinero en efectivo y otras hierbas aromáticas que se supone que intentaron y en muchos casos lograron comprar votos para todo tipo de posiciones, porque no los vi con mis ojos. Vi fotos, escuché denuncias. Pero nunca hubo un fiscal que se dignara de emplazar a los culpables. Para el que no lo sepa, un fiscal es un abogado de la nación, del pueblo, de la gente, no un florero, ni un vasallo servil, que de ésos ya estamos colmados. Lo que sí les puedo decir es que la "canastita" promocional del candidato de gobierno tenía audífonos, USB, una linda camiseta, una bolsa reciclable y una bocina para computadora, y de ésas repartió a cada uno de los más de 500 universitarios que escucharon sus propuestas en una universidad estatal. Me consta, porque tengo una. La mochila que MEDUCA le dio a mi hijo, que estudia en un salón con 5 niños más, justo después de la dichosa "canastita" de la Fuerza Cambio, tenía 8 crayones, 5 cuadernos y una regla de plástico. No opino, sólo informo.

Anuncio con orgullo que esta revista que edito con todo mi amor y esfuerzo, no recibió ni un centavo de propaganda política. Y no lo digo porque piense que el dinero generado por la campaña sea indigno, sino porque me alegro que Placacuatro no haya participado de esta estúpida danza de dólares. Ni a favor ni en contra de nadie.

Me alegra inmensamente que el pueblo le dijera que no a la política de la chequera, al bullying del que cree que todos tenemos precio. Había sido un gobierno de ejecución brillante en materia de infraestructura, que no necesitaba burlarse de nosotros para reelegirse. Lo que necesitaban era no subestimar a su gente. Haber mencionado un par de valores, tampoco les habría venido mal. En el silencio de la urna y la conciencia, dijimos la última palabra. Le cerramos la puerta al miedo. Fuimos fuertes y valientes.

David venció a Goliat. El lado oscuro de la Fuerza fue derrotado. La tortuga aplastó a la liebre. Una vez más, la piedra que desechó el constructor, se convirtió en la piedra angular. No nos pregunten nuestro precio. No lo pueden pagar. Y ése, es un mensaje para todo el que quiera volver a pedirnos un respeto que no se ganó.

50 años: cremas, música y sueños

Por: Klenya Morales Aunque quisiera más garantías de salud y vida, no cambiaría ni por un segundo aquel aterrizaje del 18 de abril de 1975. ...