Por: @KlenyaMorales
Esta idea viene dándome vueltas en la cabeza hace ya un par de semanas, y hoy se deja atrapar, como una mariposa por una red. Es increíble que este tema no se me haya ocurrido antes, pero lo importante es que el día llegó. El título va en inglés porque creo que así es más específico. Hoy quiero hablar de mis hermanas.
Ellas fueron mis primeras amigas, mis rivales, mis pequeñas responsabilidades; fueron el ensayo para aprender a querer y cuidar de otro ser humano. Imaginarme una vida sin ellas es imposible. Nadie en el mundo guarda tanta similitud genética como la que tenemos entre nosotras. Compartimos el interior de mamá y heredamos el carácter hiperactivo de papá. Nuestra idéntica combinación de ADN es un tesoro compartido entre tres. Hasta nuestras voces suenan parecidas al otro lado del teléfono, en medio de una pandemia que nadie entendió.
Ya es aterrador vagar por este mundo contando con ellas, porque la vida no es una novela y la realidad siempre es más sorprendente que la ficción. No quiero ni pensar cómo es la vida de los hijos únicos, que van por la vida sin poder tomar de la mano a otro ser estructurado genotípica y fenotípicamente del mismo modo que yo lo fui. No quiero criticarlos, solo que no entiendo mi vida sin el lazo tan íntimo e importante que me une a mis hermanas.
Ellas fueron mi primera escuela, mi relación humana más temprana, las que me enseñaron a compartir, a pelear y a preocuparme por otro ser humano.
Cómo olvidar la operación de las amígdalas de Y o el día en el que T se atoró con un confite de dos por centavo. Aún siento la adrenalina fluir por mis venas y el terror de perderlas. En todos los momentos importantes hemos estado juntas. Y Dios sabe que nos han pasado cosas muy difíciles, espectaculares e inolvidables.
Y siempre se sacrificó por mí y T siempre fue mi cómplice en el crimen. Nos tapábamos las travesuras, pero también nos denunciábamos frente a nuestros padres. Ambas son mi brújula, porque más que nadie en el mundo, yo necesito que alguien que me ame corrija mi rumbo cuando navego a la deriva.
Yo siempre fui la más fulmine—a la que le pasaban los accidentes y las cosas más increíbles—, así que los sustos que he aportado a sus vidas son muchísimos más que los que ellas me han dado a mí. Ellas han derramado muchas más lágrimas que las que me han causado.
Pero no todo ha sido melancólico y conmovedor.
Ha habido puertas tiradas, mandadas para el carajo, decepciones y enormes peleas, de esas que rompen el corazón y que uno cree que nunca dejarán de doler. Yo recuerdo haber hecho llorar a T por decirle que era adoptada y me he burlado hasta que me ha dolido el estómago de tanto reírme por la incapacidad de Y de contar chistes decentes. Desde luego que nos hemos hecho bullying entre todas, nos habremos peleado por un chico, nos hemos insultado, traicionado, acusado entre nosotras y herido muy a fondo, pero toda esa historia común nos ha hecho más cercanas, más hermanas. Yo envidiaba el cabello de T y la belleza de Y. Ambas tuvieron que aguantarse las comparaciones de los maestros que ya me habían dado clases a mí. Yo fui el estreno de mis padres como padres. A ellas les tocaron los mangos un poco más bajitos.
Ellas son el termómetro de mi vida, alerta para cuando yo lo necesite, pues de alguna manera siempre me las ingenio para estar metida en los más complicados problemas.
Mis hermanas se echan a temblar cada vez que escribo un nuevo cuento o una nueva columna, porque saben que me encanta utilizar los recursos que ellas me han dado durante toda mi vida. Les cambio los nombres y las visto con disfraces que disimulan muy mal que ellas me han inspirado.
Pero yo algunas veces he hecho una que otra cosa importante en sus vidas. Yo necesitaba crecer tomándoles la mano, creer en ellas, ser un buen modelo, terminar lo que empezaba, tomar buenas decisiones. Siendo la mayor, toqué puertas para que se les abrieran nuevos caminos, me he levantado de las cenizas otras tantas para demostrarles que ellas también pueden caerse, pero jamás quedarse a llorar en el suelo. No es tan fácil quererme, pero con ellas aprendí que el amor es una decisión de todos los días.
Mis hermanas son una de mis tantas bendiciones. Las admiro por el modo feroz en el que persiguen sus sueños y por cómo se atreven a vainas imposibles. Jamás han dejado de creer en mí. Juntas vamos pasando por las etapas de la vida, creando pregones y chistes internos y dándonos valor para enfrentarnos a las curvas que el destino nos lanza.
Ojalá que aprueben la columna, porque, aunque no les guste igual la voy a publicar. (Aquí me faltaría colocar un emoticono de carita llorando de risa).
No hay un manual para ser una buena hermana mayor, uno hace lo que puede.
Las quiero.
Siempre.
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