¿Conciencia total? No, en español no tenemos una palabra para eso. Y de repente, me encuentro esa idea por todos lados.
No sé si son los cincuenta que ya me están respirando en la nuca o las modas
esa de very demure, very mindful, que no termino de entender se están
metiendo en mi cabeza, pero últimamente me he sentido muy concentrada en el
presente. Demasiado embebida en los detalles. En el aire del ruidoso abanico de
mini-torre de mi escritorio. En los rayos de sol a través de la ventana. En el
parpadeo del cursor desde mi página en blanco.
En los truenos, la brisa fría, en las gotas de lluvia. En los cientos de hoyos que tapizan el puente
de las Américas, que últimamente tengo que cruzar casi todos los días. En cada
grano de azúcar y canela sobre unos churros calentitos. En los colores del cielo allá donde se junta
con el mar. Cada barco en la
lejanía. Cada contenedor encima de cada
barco. En la historia que cada persona lleva en la espalda.
Pero eso no es lo único raro, diferente… también está la paranoia. Yo siempre he sido súper positiva y hasta
despreocupada. Pero de un tiempo acá mi
mente no descansa y ese estado de alerta permanente hace que también advierta las
mil y una cosas peligrosas del día a día que nunca van a suceder. Siempre estamos al borde de la muerte, pero
no sé qué tan positivo es estar demasiado consciente de ello, de que algo puede
pasar y tu vida entera puede cambiar.
He dejado de andar en piloto automático por la vida, como hipnotizada por la
rutina y me encuentro atrapada por los mil presentes, por las pequeñas
decisiones, por las cadenas de eventos.
Cada sorbo de vida, los segundos de aburrimiento, las canciones en la
radio que hoy cumplen cuarenta años, las manecillas del inmisericorde reloj.
Tener total conciencia de las cosas que van pasando no me es en absoluto
relajante. Es más bien estremecedor y preocupante.
No se supone que el simple hecho de vivir lo suma a uno en la ansiedad. Mi vida
no era así y no sé si me guste este cambio.
¿Será mi propia crisis de la edad
madura?
Todo esto ha coincidido con la sequía de lectura que estoy padeciendo desde que
en abril terminé de leer Anna Karenina, mi primer ladrillo ruso, que supuso una
sobrecarga en mis sistemas.
Lo otro que también me está pasando con tanta conciencia es el pensamiento de
que los seres humanos hemos transformado este planeta y estamos rodeados por un
vasto espacio, solos. Si uno se pone a
pensar en todos los detalles de la creación y en toda la maravilla que es la
humanidad, tiende a quedarse sin aliento.
Uno afirma que todo esto no puede ser obra de la casualidad. La sola
idea de que todo sucedió al azar, se me antoja más ridículo que nunca.
Definitivamente deben ser los cincuenta, un hito al que le temo, porque
verdaderamente pone a la juventud allá a lo lejos, pero que es el signo de que
sigo tratando de salirme con la mía durante mi presencia en este mundo.
Esto es como un bache filosófico dentro de mi vida. Necesito respuestas, no sé
si es una etapa o será la tónica de mi existencia en adelante. Lo que quiera que sea, pues bienvenido.
Tendré que poner a mi mente a trabajar a mi favor.
Deséenme suerte.
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