sábado, 25 de febrero de 2023

El tercer hijo


 

Llegaste a mi vida cuando el miedo se ha convertido en un maestro.  He de confesar que pocas cosas me asustan ya. Pero supongo que esa es la madre que necesitas, para poder volar y llegar a ser tu mejor versión.
No me la pasé leyendo manuales de maternidad durante el embarazo ni llevé un diario ilustrado con cada ultrasonido. No corrí con desesperación a comprar ropa de maternidad y traté de ser una mamá más fashion, casual y relajada.
No nos llegaron muchos regalos, tarjetas, globos ni flores para darte la bienvenida. Mucha gente se sigue sorprendiendo al conocerte.
No caminaba en la noche hasta tu cuna cada diez minutos a ver si estabas respirando. Nos fue súper bien durante la lactancia, pues ya nadie me echaba cuento. Tú y yo nos entendimos inmediatamente.
Quizás no hayamos tomado tantas fotos y videos como lo hicimos con tus hermanos, pero eso no importa, porque no te gusta estar frente a la cámara.
Has aprendido a reclamar tu lugar en casa. Te diviertes solito con superhéroes sin cabeza, dinosaurios sin cola y carritos sin ruedas. Has aceptado todo lo que heredas de tus hermanos, con una amplia sonrisa y un gesto de genuina sorpresa.
Tus pijamas no hacen juego. A veces ni siquiera tus medias o tus Crocs tienen su justo par.
No recuerdo bien tus primeros pasos ni tu primera palabra, pero tus ojitos brillantes son una de las mejores razones que tengo para levantarme de la cama en las mañanas.
Has comido gluten, chocolate, mariscos, nueces y colorantes sin mayores contratiempos y debo aceptar que muchas veces te dejo engullir galletas en vez de sopa, cereal de colores en vez de fruta natural y ositos de goma para que tengas algo de azúcar en el cuerpo y no te desmayes.   Llevo la cartera llena de Boom Boom Boom para negociar durante tus rabietas. Ya no paso horas preparándote cremas que oculten las proteínas que tanto odias. Solo le pido a Dios que no estés desnutrido.
Tienes casi cuatro años y aún no tienes un lugar fijo donde dormir. Gracias a la pandemia, tu cuarto se convirtió en una oficina cuando tenías nueve meses y aún no solucionamos el hecho de que seas un gitano en tu propia casa.
Puede que cuando te llame por tu nombre, diga primero el de tus otros dos hermanos y es probable que no le mande al chat de la familia una copia de tu carta de aceptación para entrar al Pre-Kínder.
Ya no llamo al pediatra en la madrugada, ni cuando te metes a la boca comida que has recogido del piso, pasitas de tu silla de bebé o granola del fondo de mi cartera. Hay menos drama por las cosas sencillas.
Es muy fácil ser tu mamá. Vivo más tranquila y me he disfrutado muchísimo más cada nueva etapa de tu vida, sin creer que te vas a quebrar en mil pedazos cada vez que cometo algún “error” durante el ejercicio de mi maternidad. He tenido que rejuvenecer para ser la madre que mereces y trato de tener la energía para corregirte cuando haga falta.
Tienes unos padres más experimentados, que no se impresionan fácilmente, a menos que haya mucha sangre en tus rodillas.  Si te caes, no corro a levantarte, sino que espero a ver si puedes ponerte de pie por ti mismo, sin hacer demasiado alboroto. Son tus primeras victorias, lo que te hará independiente y te dará autoconfianza.
Mi querido niño: tienes tu propia historia por delante, y Dios sabe que llegaste a hacernos tres veces más felices a todos. Encajas en nuestro rompecabezas y nos complementas. Cada minuto de tu vida es precioso, irrecuperable y efímero. Eres una bendición, una nueva oportunidad para amar.
Eres mi bebé.
Mi Diego Pablo.


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