Convivir. Ser uno.
Y de pronto todo era la nada. No había tiempo, ni distancia, ni bien, ni mal. Sólo el todo. Y el todo era perfecto. Y lo entendíamos sin hacernos preguntas porque la verdad era evidente. Siempre había estado allí, en las pequeñas y en las grandes cosas. Nada había que hacer, pues todo ya había sido. Ahora sabíamos todo, y esa comprensión era perfecta, ilimitada y eterna. Todas las cosas estaban allí y nosotros éramos y estábamos en todas las cosas. No había espera ni dolor, ni presente ni futuro. Ni injusticia, ni imposibles. Los océanos, las gotas de rocío, los insectos, los tornados ni alguna cosa creada o por crear, ni alguna idea pensada o por nacer, ni alguna canción, ni los olvidos, ni lo no recordado ni lo postergado. Ni lo invisible ni lo ordinario. Ni el peso del alma ni la forma de los cuerpos. Ni el sonido, ni los llantos. No éramos nada, pero éramos todo lo que podíamos ser. Pero aún estábamos en otro tiempo. Y al volver al tiempo real, me besó y se abrazó a su almohada.
Me gusta verle dormir.
Klenya M. Morales M., 2007
viernes, 13 de julio de 2007
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