(Francisco Clarck, fragmento)
CAPÍTULO III
MI CUERPO. —CONDICIONES ESPANTOSAS
Soy un cadáver viviente. Quizá mi caso se admita en comparación con las torturas espantosas del Dante o con los suplicios de las leyendas mitológicas griegas.
En efecto, salvo un pequeñísimo movimiento en los hombros, mi cuerpo inmóvil tiene la rigidez sepulcral de los esqueletos, de modo que no puedo encoger ni extender ninguna de mis extremidades ni otra persona puede hacerme tal operación, debido a que mi cuerpo se halla tieso por la anquilosis total e irreductible de mis articulaciones.
La enfermedad primero me soldó las articulaciones de las caderas, luego la de ambas rodillas, siguiendo después alternativamente las de los tobillos, tarsos, hombros, codos, muñecas y dedos de las manos, las cuales, igualmente que los pies, me han quedado con desfiguraciones excéntricas. La columna vertebral hubo de pasar por la salvaje prueba, ocasionándome horas y días de indescriptibles agonías, hasta quedar toda ella anquilosada, desde las vértebras lumbares hasta las cervicales, por cuyo motivo no lograré incorporarme jamás y no puedo volver la cara a los lados. Mis pobres mandíbulas no pudieron escaparse y, tras prolongado padecer, quedaron anquilosadas, hallándose la dentadura de la mandíbula superior detrás de la dentadura de la quijada, que se ha encogido hacia atrás como en las calaveras.
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