Nadie quiere sufrir. Al menos nadie normal quiere sufrir.
Nadie normal que yo conozca quiere sufrir. Esa es la gran tendencia de un mundo
en el que todo sucede al mismo tiempo.
Si algo me ha tocado aprender en esta vida es que nada de lo que hagamos, nos garantiza inmunidad al sufrimiento. No hay salidas, ni escapatorias. El sufrimiento es el “chance casado” de la vida. Es el precio que se paga. Pero hay gente que avanza tratando de “torear” cualquier tipo de dolor. Gente que piensa en cero drama. Que salen huyendo de las malas vibras y dejan de jugarse la vida por estar a salvo. Lamento decepcionarlos: Es por gusto.
Enfermedades, desamor, olvido, complejos, falta de control (para aquellos que quieren tenerlo todo en orden todo el tiempo), vejez, engaños, falta de dinero, muerte, drogas, desastres naturales, injusticia pónganle el nombre que quieran, el sufrimiento nos sorprende en cada esquina de la vida esperando agazapado para destruir nuestra proyección perfecta, nuestros castillos en el aire y nuestra fijación por vivir al máximo. Ante toda una manga de sufrimientos, hemos inventado un mercado anti-tristeza: el divorcio, el botox, la cirugía plástica, el control de la natalidad, el culto al dinero, el hacer lo que sea por dinero, las tarjetas de crédito, los gadgets, la vida virtual, el carro último modelo que no puedes pagar, el exceso de cosas que te distraigan hasta que realmente no sientas o no te importe nada. Hasta que te vuelvas insensible y bloquees el dolor. Hasta entumecer el alma. Hasta vivir en automático y que “nada te robe la calma”.
Y esto lamentablemente sólo tiene un nombre: egoísmo, un estilo de vida que al final, te dejará solo…y sufriendo.
Y no me lo tomen a mal, no escribo esta columna para terceros. La escribo para mí misma. Para cuando dan ganas de salir huyendo. Para cuando creo que no me merezco padecer dolor porque he sido buena gente. Para esos momentos en los que se me salen un par de lágrimas. Para no olvidar que si no fuera por el sufrimiento, no estaría en posición de disfrutar las pequeñas bendiciones del día. Como dice la canción de Goo Goo Dolls “Así que sangras, para saber que estás vivo”.
Más vale que estemos preparados. No podemos escapar por siempre. No podemos seguir huyendo. Quizás en esa huida estamos perdiendo la oportunidad de ser gente de carácter, de aprender lecciones o de redimir nuestras faltas.
Uno de mis profesores de escritura creativa me dijo una vez con lástima y luego de leer algunos de mis cuentos: “A ti te falta sufrir”. Seguro que porque mi pluma era muy desenfadada, muy alegre o muy optimista. A ti Harry Jackson, te tengo una noticia: ya fui y volví del sufrimiento, y mi pluma sigue siendo ligera, sigo queriendo hacer sonreír a la gente y sigo creyendo en los finales felices, o tristes o agridulces. Ante el desastre lo único sobre lo que realmente tendrás control es en cómo haces limonada de los limones que te han caído del cielo. Es cuestión de actitud. Es cuestión de atreverse a vivir, con todo lo que ese reto implica.
Como cualquier persona, temo al sufrimiento, al dolor y a lo incierto. Pero es allí donde la vida se esmera en sorprenderme. Y me da revancha. Y me hace quien soy.
Si algo me ha tocado aprender en esta vida es que nada de lo que hagamos, nos garantiza inmunidad al sufrimiento. No hay salidas, ni escapatorias. El sufrimiento es el “chance casado” de la vida. Es el precio que se paga. Pero hay gente que avanza tratando de “torear” cualquier tipo de dolor. Gente que piensa en cero drama. Que salen huyendo de las malas vibras y dejan de jugarse la vida por estar a salvo. Lamento decepcionarlos: Es por gusto.
Enfermedades, desamor, olvido, complejos, falta de control (para aquellos que quieren tenerlo todo en orden todo el tiempo), vejez, engaños, falta de dinero, muerte, drogas, desastres naturales, injusticia pónganle el nombre que quieran, el sufrimiento nos sorprende en cada esquina de la vida esperando agazapado para destruir nuestra proyección perfecta, nuestros castillos en el aire y nuestra fijación por vivir al máximo. Ante toda una manga de sufrimientos, hemos inventado un mercado anti-tristeza: el divorcio, el botox, la cirugía plástica, el control de la natalidad, el culto al dinero, el hacer lo que sea por dinero, las tarjetas de crédito, los gadgets, la vida virtual, el carro último modelo que no puedes pagar, el exceso de cosas que te distraigan hasta que realmente no sientas o no te importe nada. Hasta que te vuelvas insensible y bloquees el dolor. Hasta entumecer el alma. Hasta vivir en automático y que “nada te robe la calma”.
Y esto lamentablemente sólo tiene un nombre: egoísmo, un estilo de vida que al final, te dejará solo…y sufriendo.
Y no me lo tomen a mal, no escribo esta columna para terceros. La escribo para mí misma. Para cuando dan ganas de salir huyendo. Para cuando creo que no me merezco padecer dolor porque he sido buena gente. Para esos momentos en los que se me salen un par de lágrimas. Para no olvidar que si no fuera por el sufrimiento, no estaría en posición de disfrutar las pequeñas bendiciones del día. Como dice la canción de Goo Goo Dolls “Así que sangras, para saber que estás vivo”.
Más vale que estemos preparados. No podemos escapar por siempre. No podemos seguir huyendo. Quizás en esa huida estamos perdiendo la oportunidad de ser gente de carácter, de aprender lecciones o de redimir nuestras faltas.
Uno de mis profesores de escritura creativa me dijo una vez con lástima y luego de leer algunos de mis cuentos: “A ti te falta sufrir”. Seguro que porque mi pluma era muy desenfadada, muy alegre o muy optimista. A ti Harry Jackson, te tengo una noticia: ya fui y volví del sufrimiento, y mi pluma sigue siendo ligera, sigo queriendo hacer sonreír a la gente y sigo creyendo en los finales felices, o tristes o agridulces. Ante el desastre lo único sobre lo que realmente tendrás control es en cómo haces limonada de los limones que te han caído del cielo. Es cuestión de actitud. Es cuestión de atreverse a vivir, con todo lo que ese reto implica.
Como cualquier persona, temo al sufrimiento, al dolor y a lo incierto. Pero es allí donde la vida se esmera en sorprenderme. Y me da revancha. Y me hace quien soy.
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