miércoles, 12 de junio de 2013

Instrucciones para invitarme a comer


A Cortázar, a quien no entiendo. Y a todo el que ha tenido la mala experiencia de invitarme a comer

Debes saber que estoy entrenada para hacer lo que me da la gana. Soy de las que dejaba la comida en la mesa y se iba a preparar un emparedado de jamón y queso. Y nadie me castigó por eso. Así que en primera instancia la culpa es de mis padres.
Luego está el nombre de las comidas. Si me suena extraño, disonante o desagradable, lo más probable es que ni siquiera le daré al plato el beneficio de la duda. No como lengua, ni patitas, ni molleja, ni pescuezo, ni sesos, ni corazón. Nada raro allí, pues hay mucha gente que no opta por lo no convencional. Hígado, bofe frito o mondongo con chorizo y garbanzos, bien hecho, siempre serán bienvenidos.
Ni se te ocurra presentarme un pescado entero al que se le vean los ojos. Mejor córtale la cabeza.
Si el platillo es criollo y tiene sobredosis de salsa de tomate, no dudaré en alejarlo de mí. Así de simple.
Vengo de una provincia. Darme frituras de maíz de paquete es básicamente un insulto. Abstente de hacerlo.
Si me has hablado muchísimo de un determinado platillo preparado por tu tía Gertrudis, asegúrate de que esté tan estupendo como lo prometiste. De lo contrario te expones a mi burla sincera cada vez que tenga oportunidad.
En materia de comida nunca regalo un cumplido por quedar bien. No quiero que la gente desestime mi opinión cuando la comida de verdad valga la pena. No es nada personal.
Hubo una vez una vez una boda aburridísima. Pero con el mejor buffet que mi mente registra.
Y esta es la punta del iceberg. No como pollo como regla general.  Pero hay excepciones. Pollo que prepare yo, pollo rostizado, buffalo wings y pollo del Kentucky. Es ese sabor a pluma mal sacado el que puede revolverme el estómago y arruinarte la velada. Lo accesorio, sigue la suerte de lo principal. Abunda decir que la lassagne de pollo, club sándwich con pollo, los tacos de pollo, el ladopsomo con pollo, el arroz con pollo, pizza de pollo—un minuto de silencio— y otras aberraciones por el estilo, simplemente son inadmisibles para mí. Si no te interesa que pique de tu plato, pedir algo con pollo es un recurso infalible. Creo que mi asco por el pollo, solamente es superado por el asco que siento al ver a alguien separando hasta el último átomo de carne de los huesos del animal.
El arroz lo como por excepción.  De hecho en mi casa se considera un raro manjar. No me gusta cualquier jamón. Así que preguntaré con qué marca han preparado el emparedado. No estoy jugando.
A la lechuga iceberg nacional, blancuzca y sin actitud, vade retro. No brócoli. No coliflor. No chayote. Y no me importa lo que le eches encima.
El olor de la papaya me da asco. El marañón me seca la boca. El mamón no lo como porque me da miedo. El nance sólo en pesada. Es un error invertir en chirimoyas, corozos, melocotones, duraznos o tamarindo cuando se trata de mí.
Arroz, carne y frijoles, no es una opción. Carne, vaya, debe estar suave. La pasta pasada es un suicidio. Si no es Al Dente, no voy en esa.
El ketchup extranjero está fuera de mi lista.
Comer en sitios muy poblados de gente, me desespera. Léase cafeterías, foodcourts, lugares en los que caben 200 personas al mismo tiempo es una situación que me irrita y mortifica. Comer con música típica de fondo, o cualquier otra música que no sea de mi agrado, dañará el momento, a menos que la ocasión así lo exija (Ver matanzas, rodeos y cosas de esas).

Como todo el mundo, debo estar de humor a la hora de comer determinada cosa.

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