viernes, 29 de noviembre de 2013

Hasta aquí

Publicado en el Suplemento Ellas, de La Prensa, el 18 de octubre de 2013

texto: Klenya Morales de Bárcenas
Mujeres que decidieron terminar sus matrimonios. “Lo único más inimaginable que irme, era quedarme; lo único más imposible que quedarme, era irme”. Elizabeth Gilbert en ‘Comer, Rezar, Amar’.
Nadie se casa para divorciarse. Todo el que se casa, generalmente, espera que sea para siempre. Que realmente sea solo la muerte quien lo separe de su pareja. Pero las fuerzas sobrenaturales que mantienen a un matrimonio unido en las buenas y las malas son un misterio. Como dice la canción “Tú no decides el futuro cuando se trata de dos”.

Nadie puede juzgar los motivos que puede tener una mujer para tomar la decisión dolorosa de poner fin al cuento de hadas. Los demás opinan sobre la noticia de un divorcio, pero solamente los protagonistas conocen las situaciones insostenibles que los llevaron hasta allí.

Ante la pregunta de ¿cómo sabes que ya ha sido suficiente?, algunos profesionales en el tema de relaciones de pareja suelen tener respuestas muy grises. Mientras para otros la situación es blanco o negro. Los sacerdotes, psicólogos y terapeutas pueden llegar a aconsejar una separación en caso de que la integridad y la vida de la mujer o los hijos corra peligro, por los ya conocidos casos de violencia física, de los cuales hay tristes estadísticas en nuestra sociedad. Pero hay situaciones dolorosas que no entran en esta categoría, como cuentan mujeres (cuyos nombres han sido cambiados para no revelar su identidad) que aceptan mirar hacia atrás y compartir su experiencia.

El abordaje fue sencillo: ¿En qué momento tuviste esa certeza absoluta de que no había vuelta atrás y de que el divorcio era la única salida?

Sus historias no tienen que ver directamente con maltrato, violencia, infidelidad o engaño. Estas mujeres sufrieron las consecuencias de diversas decisiones que tomaron en sus vidas, y siguieron adelante luego del divorcio.


El matrimonio es mucho más que una fiesta. “Yo no me veía en un espejo envejeciendo con esa persona. Tarde descubrí que no teníamos los mismos planes de vida y que la ilusión del noviazgo obviamente se había quedado atrás en la lavandería con el traje de novias, después de la fiesta de la boda”, cuenta Valeria Andrea, de 37 años.

“Muchas veces lo pensé, sola, en mi apartamento de recién casada, sintiéndome miserable de estar con una persona que para nada me daba la seguridad que yo pensaba que debía recibir de un esposo. De mi esposo. Pero no encontraba la excusa perfecta para poder tomar la decisión final. Aproveché un ‘desliz’ de varón, una infidelidad, que en realidad no me dolió ni mucho, para poder tomar con todas las fuerzas de mi alma la decisión de ‘volar hacia mi libertad’. Y así fue… lo más divino del mundo, sentirse como libre de un castigo tomado por decisión propia. ¡Qué horror!”.

“Soy culpable por haber actuado con irresponsabilidad al momento de decir ‘Sí, acepto’, frente a Dios, al altar, a mis amigos, a mis familiares, y no hay excusa que valga, pero digamos que fue un espejismo de glamour, ilusión y diversión que cualquier chica de 22 años puede tener”.

Relaciones derrumbadas. “Cuando se ha dado todo y tu pareja no lo valora, cuando tu pareja se torna agresiva y te falta el respeto a diario, prácticamente no te respeta en lo absoluto. Cuando tus hijos dicen ‘mamá, no más’, ya que uno tiende a postergar la decisión de un divorcio por los hijos. También por ellos uno saca el valor”, recuerda con tristeza Coralia, de 40 años.

Para Fátima, de 38 años, la señal de alerta vino de la persona menos esperada. “Cuando tu propia suegra te dice: ‘La última venda de los ojos te la quito yo, eres mucho para mi hijo y no te valoró como mujer”, cuenta.


La conexión acaba. “Te das cuenta cuando descubres que sientes indiferencia, cuando sientes el deseo de estar sin él, te das cuenta cuando no hay temas de conversación, camaradería, cuando se acaba la complicidad, cuando no hay admiración, cuando no hay respeto, cuando no sientes empatía. Y lo más importante, o al menos lo fue para mí, cuando se acaba el morbo, el apetito.

Cuando esa chispa se va, ¡qué problema mi hermana! Cuando ya no sientes ni deseo de hacer el amor y ni el deseo sexual. Hoy lo respeto y lo quiero por ser el papá de mi hija, pero después de allí, nada más”, sustenta Carmen, de 45 años, sobre la crisis de intimidad que vivió antes de tomar la decisión de separarse.

Se abren otras puertas. Leticia tiene 52 años y aún cree en el matrimonio. De hecho, está felizmente casada por tercera vez. “Ya dimos oportunidades, dialogamos, pasamos por sacerdotes, psicólogos, psiquiatras, consejeros, etc. Cuando este punto llega estamos sumamente ansiosas y deseosas de sentir paz en nuestro corazón, en nuestro interior, en nuestra mente, en nuestro hogar”.

“Ya sentimos que lo dimos e hicimos todo, y no resultó. Todas sabemos que en un divorcio hay responsabilidad de ambas partes. El tiempo se encarga de todo y de demostrarte cuándo llega la gotita que te derrama el vaso”.

“He sufrido dos divorcios y me supe levantar y seguir adelante con una actitud mental siempre positiva, y a pesar de haber sufrido tanto, te puedo decir que los superé y ahora estoy felizmente casada”.


Hundida en la mentira. “Me casé de 23 años. El matrimonio duró 8 años. Tuvimos un hijo precioso. Un día sus papás me llamaron para decirme que después de 8 meses de decir que tenía un trabajo, realmente no estaba trabajando. Dije ‘no puedo más”, cuenta Denisse, de 38 años. “Se me fue la mano en amitriptilina; no me podía levantar de la cama. Él se fue. No pude más con sus mentiras. No supe leer las claves durante el noviazgo. Nunca debí casarme. Estuve en tratamiento psiquiátrico con fobias que no me dejaban dormir. Le temía a las tormentas, a la lluvia. Nos endeudamos, pues él se gastaba dinero que no teníamos. Le debíamos a todos los vecinos. Todos los días me llamaban a mi trabajo para cobrarme los lujos que él se daba. Viajes. Relojes. Ropa.

Empeñó todas mis prendas. Hasta los anillos de matrimonio. Afortunadamente, nunca nos casamos por la Iglesia. Después del divorcio me demoré 4 años en deshacerme de las deudas que me dejó. Mi crédito sigue arruinado pues las referencias subsisten por mucho tiempo. No puedo comprar una casa. No podía abrir cuentas bancarias. No miré atrás. No lloré más”.

Cualquier divorcio es un fracaso y el final más triste para un proyecto de amor. Lo realmente importante es tener la paz de que fue el último recurso luego de que se agotaron, con valentía, todas las opciones.

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