domingo, 22 de julio de 2018

Crónicas estrogenadas. Tercera Crónica. La suerte de la fea.


La suerte de la fea
            En el camerino de a lado, la maquillista empolva la cara grasienta del alcalde en ejercicio, que corre para su tercer período en el Concejo. Luego de diez años en la alcaldía, Rafael Duarte podría considerarse un veterano de la política. Muchas rayas para el tigre. Titulado en de Abogado en la Nacional. Se la pasó haciendo pollas para quedar con los profesores más jamones de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. Cerró calles, tiró piedras y le prendió velas a Marx y a Lenin. Si estornuda, probablemente un botón de su camisa podría salir disparado y sacarle el ojo al camarógrafo que montado en su grúa hace paneos buscando los mejores ángulos de los candidatos. Su nariz aguileña, su cabello blanco, sus ojos pequeños y su hablar campechano. “Me debo a mis bases” diría continuamente, mientras los periodistas apócrifos le lanzan todo tipo de preguntas irrelevantes. El tipo es un verdadero sobreviviente de la política criolla. Ha estado en todos los partidos. Siempre en la papa, obviamente. Sus enemigos lo insultan y le dicen ladrón y coimero.  Pero “nunca han podido probarle nada”, como contesta a todo aquel que se atreva a preguntarle sobre sus expedientes. Su insulsa esposa lo apoya incondicionalmente, a pesar de que cualquier ciudadano mínimamente ilustrado puede llamar con nombre propio a la amante oficial. Sí, “oficial”, porque extraoficiales hay varias en rotación de inventario.
            Duarte es famoso por la utilización de fondos de administración en donativos para los barrios pobres del electorado. Patrocina todo lo que le pidan, desde un uniforme de softball hasta una hoja de zinc para el techo de una casa precarista. Su planilla de “asesores” es un interminable desfile de botellas, y todos saben que el alcalde les pide una cuota de sus salarios “para seguir haciendo el bien al pueblo”.
            Sofía se mira al espejo de los camerinos, enmarcada en bombillos de luz blanca, como en las películas. Se acomoda el cabello largo y ondulado. Verifica su maquillaje antes de salir al debate y le gusta lo que ve. Un cuerpo entrenado y un traje adecuado. Azul naval con líneas grises, casi imperceptibles. Sus labios voluptuosos en rojo oscuro mate. Delineador negro con algo de brillo enmarcando sus hermosos ojos almendrados. La belleza de su rostro y la personalidad de Sofía hacían que se adueñara de cualquiera habitación en la que entrara. En breve iniciará el debate y ella no podría estar más preparada para confrontar a su adversario en política. Había sido una larga carrera hacia la alcaldía del distrito. Era su sueño desde que salió de la universidad y desde que lo quería había tratado de dirigir sus esfuerzos a conseguirlo. Cuando le preguntaban cuál era su motivación para luchar por la alcaldía, Sofía le regalaba su gran sonrisa al reportero diciendo “Porque amo a esta ciudad”. Y todos se derretían por su franqueza e inteligencia. Era joven, enérgica y decidida. Si alguien podía arrebatarle el trono a Rafael Duarte, ésa era Sofía Hernández.
            Se había especializado en Ciencias Políticas y graduado con honores. Luego había estudiado un segundo título en Psicología de los Mercados. Sabía lo que movía a las masas, lo que las hacía vibrar y conectarse. Tenía un Diplomado en Finanzas públicas y cuando se hablaba de producto interno bruto e índice de crecimiento, ella sabía cómo mandar a su adversario contra las cuerdas. Unas piernas gruesas y torneadas, adornadas por una que otra cicatriz deportiva la hacían ver vulnerable y real. Su manejo político era exquisito y no cometía errores. No tenía deudas políticas ni colas de paja en su vida profesional.
            Soltera y sin hijos, era reconocida por su trabajo comunitario y sus iniciativas sociales. Ha sido servidora pública y es la primera vez que aspira a un puesto de elección popular. Nunca ha estado comprometida con el ideario del partido político que la ha postulado, pero es un mal necesario si tienes aspiraciones de cambiar tu entorno.
            Sofía sonríe frente al espejo. “Mi carrera ha sido mi prioridad. Me he preparado para servir a mi ciudad y espero que ustedes apoyen mi plan de gobierno”.  Es sin dudas la sonrisa de una ganadora. Serena y confiable. La sonrisa de quien sabe lo que vale y no necesita de la confirmación externa.
Los reflectores bailan sobre el escenario y los asistentes reciben instrucciones de aplaudir según lo solicite la producción. Los podios están en lugares opuestos del escenario y tras la cuenta regresiva, Sofía empieza a caminar con seguridad hacia su posición a la mano derecha del auditorio. Saluda con elegancia, como si fuera de la realeza. Duarte se dirige hacia el lado izquierdo del auditorio. Tiene una sonrisa descarada, una vibra extraña. Luce desaliñado y cansado, pero no se ve preocupado. Se agarra ambas manos y las eleva sobre su cabeza, en señal de triunfo.
            Comienzan las preguntas. Es tan diferente el desempeño de los candidatos. Duarte no para de citar el poder de Dios y sus muchas y buenas obras pagando operaciones, comprando trofeos y haciendo ferias libres, mientras Sofía desgrana los muchos planes de desarrollo para la ciudad. Aceras, urbanismo, desarrollo peatonal, sanidad, apoyo a las escuelas, diversidad, expresión cultural, apoyo a artistas y artesanos. Ferias culturales, festivales ciudadanos, planes de estudios dirigidos luego de clases, cine popular, reutilización de la basura, espacios verdes, permisos de ocupación. Una ciudad amigable en la que cada quien tenga su espacio.
            Duarte ríe con sorna y llama “fantasías irrealizables” a los planes de Sofía. Dice que él sí conoce al pueblo. Que sus electores saben quién es. Que las verdaderas necesidades de la ciudad son ajenas a una mujer que nunca ha conocido la pobreza. Que él viene de abajo y que habla el idioma de la “humildad”—para él humildad no es un rasgo del carácter. Humildad es pobreza y punto—. Que el Señor lo ha dirigido y que pretende seguir dándole a su ciudad lo que merece. Que su lealtad al pueblo ha sido probada. Que la “licenciada”, entre comillas porque lo dice con ironía y desprecio, es una mujer refrigerada, con la cabeza en las nubes y nada de experiencia. Cada cierto tiempo Rafael Duarte consulta a su celular, como a la espera de un mensaje importante.
            El equipo de Sofía Hernández monitorea las redes sociales y las impresiones de la gente que ve el debate desde casa, por Facebook Live o por Periscope. La retroalimentación es buenísima y así se lo hacen saber a Sofía desde el público asistente al foro.
Ella espera su turno para contestar a las preguntas, mientras Duarte la interrumpe con argumentos descalificadores o con risas irónicas mientras se toca la corbata son su nudo malhecho y se ríe de la candidata como si fuera una niña.
            “La licenciada Hernández no conoce la vida en familia, no tiene hijos y no sabe lo que es luchar por sacar una casa adelante. Es fácil para ella pintarles de lindos colores situaciones que no conoce. Si llegara a ocupar mi cargo en la Alcaldía, se daría de frente con las realidades de nuestra gente pobre.” Siempre diciendo “licenciada” con sorna, como si Sofía se hubiera encontrado el título en una caja de Cracker Jack.
            Sofía ignora la falta de modales del Alcalde y lo reta a debatir con propuestas. Pero Duarte no deja de decir frases prefabricadas y demeritar la carrera y los conocimientos de la aspirante a Alcaldesa.
            De repente Rafael Duarte mira a su celular y sonríe con maldad. Parece que ha llegado lo que tanto esperaba.
— Conciudadanoooooos, ya ustedes conocen mi trayectoria (pausa dramática), de la cual no les cabe la menor duda. No importan los ataques de mis rivales, porque yo me debo a mi ciudad. En cambio, la candidata Hernández es una recién llegada, sin idea de cómo dirigir una ciudad. Yo soy un hombre de familia y quiero para mi ciudad lo que quiero para mis hijos. Y si hay algo que no quiero para mis hijos es una alcaldesa que no tiene ninguna vergüenza ni respeto por su electorado. No quiero una mujer sin principios morales y sin recato en la máxima silla de la ciudad”.
Mientras decía estas últimas frases elevaba el tono y gesticulaba como un poseído.
—Ante todos ustedes me atrevo a quitar la máscara a una mujer que sólo traería malos ejemplos a nuestras jóvenes y niñas.
            Sofía Hernández comenzaba a cansarse del discurso de barricada del Alcalde, pero ante todo sabía que no podía perder la vertical de su carácter por las provocaciones de Duarte. Pero él seguía arengando descréditos hacia la candidata, con una seguridad que crecía a cada segundo que seguía escupiendo acusaciones frente al micrófono.
— …y como yo soy un hombre íntegro, que se debe a su ciudad, vengo hoy, con pruebas concretas, a revelar ante ustedes quién es Sofía Hernández, de una vez y para siempre. Estoy seguro que una vez hayan visto lo que yo he visto (otra pausa dramática), no dudarán ni un momento en volver a dignificar a mi humilde personaaaaaa, con el voto para presidir el Concejo Municipal desde la Alcaldía del Distritooooo.
En ese momento cúspide de su perorata, el Alcalde agarra su iPhone X en la mano izquierda, la misma que está engalanada con un Rolex de imitación y una esclava de oro.
—Le solicito encarecidamente a la producción que tome un primer plano de mi teléfono celular”— dice Duarte con tono triunfal y algo ofendido.
            El camarógrafo principal gira la cabeza hacia el asistente de producción, quien a su vez  voltea a mirar al jefe de producción quien coloca el puño izquierdo frente a su boca. “Esto es televisión en vivo. Si no lo paso yo, alguien más lo va a pasar” piensa el Jefe de producción y luego de una mini batalla con su conciencia señala al asistente con el dedo índice de su mano derecha en franca señal de proceder. El asistente corre hacia el camarógrafo moviendo la cabeza de arriba abajo varias veces. El camarógrafo dispara hacia la mano del Alcalde y saca un zoom de la pantalla del teléfono.
            Y en ese momento, en miles de hogares, pantallas de computadora y teléfonos celulares, sale la fotografía a colores de una muy joven Sofía Hernández, modelando un corpiño de lencería delicada en encaje de color marfil. Es una fotografía de inmejorable resolución, en la que Sofía sale de cuerpo entero, descalza y mirando a la cámara con coquetería.
            Sofía trata de dominar la situación lo mejor que puede. No por vergüenza, sino porque ha recibido un golpe bajo el cinturón en televisión nacional. Todos sus proyectos, sus estudios, sus logros, sus horas de trabajo incansable para diseñar una ciudad con sitio para todos, se van a ser medidos por esa fotografía desde ese momento en adelante. Y para siempre.
            Un instante en el tiempo. Una fotografía profesional, de buen gusto.
            Podía ponerse a la altura del Alcalde. Podía justificar que las fotos son artísticas y que le habían ayudado a pagar deudas universitarias y a sacar su carrera adelante. Que no estaba mal aprovechar una oportunidad de trabajo digno para seguir adelante. Que no era una chica mimada. Que nunca había conocido a su padre y que su madre había hecho lo imposible por sacarla adelante. Que una mujer era más que un cuerpo o una decisión. Que tenía muchas dimensiones y estaba orgullosa de sí misma. Podía hacer cualquier tipo de intento para salir de aquel traspiés, pero ya los votantes no la estaban escuchando. Para ellos no era ni siquiera una modelo de lencería. Era simplemente una mujer sacando ventaja de su cuerpo. Ni los grados universitarios ni los logros de sus cuarenta años de vida ciudadana contaban en ese momento. Solo la sonrisa triunfal de su oponente. La tecnología que no deja que el pasado sea pasado. El amarillismo y el morbo. Esa sociedad que no perdona a las mujeres…
            Sofía no estaba avergonzada. No le daba la espalda a la Sofía de hacía 18 años. A la chiquilla que quería una oportunidad por sí misma. A la pelaíta que había aceptado una excelente paga por modelar ropa interior para una revista publicada en Argentina, porque la beca que se había ganado no alcanzaba para pagar las cuentas de la familia. Había llegado hasta allí con esfuerzo y trabajo, sin influencias ni padrinos. Haciendo mucho más de lo que se esperaba de ella. Trabajando horas extra que nadie le iba a pagar. Trabajando con amor y con vocación. Con ganas de hacer la diferencia.
            Sofía lucha con las lágrimas que se asoman a sus ojos. Maldito Duarte y su campaña sucia. Malditos los sicofantes que no descansaron hasta obtener algo con lo que ponerla en entredicho. Respiró profundo y trató de controlar los nervios. La política no es para débiles, se decía a sí misma para darse valor para terminar el debate.
            Al día siguiente sería la portada y la página central del periódico amarillista de mayor circulación. Las empresas que habían decidido apoyarla, le retirarían su patrocinio discretamente. Sus seguidores trataron de mantener el discurso de la mente amplia y la inocencia de un par de fotos sin importancia. Pero todo fue por el gusto. El día de las elecciones, el Alcalde ganó por un margen nada despreciable. Y los sueños colectivos de una mejor ciudad, limpia, incluyente, sostenible, amigable, se fueron por el desagüe. Sofía Hernández era mucho más que un buen cuerpo, de cabello sedoso y facciones hermosas. Era una mujer llena de motivos y aspiraciones. Duarte no dudó en utilizar su belleza en su contra y esperó el momento ideal para sacarle los papeles. O las fotos, en este caso. El fin justificó los medios. Sofía nunca debió olvidar que una mujer necesita hacer el doble que un hombre, para que parezca que hizo la mitad. Aún en pleno siglo XXI.

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