martes, 19 de febrero de 2013

Infidelidad

No hay otra manera de describir lo que sentí al leer un libro entero en una Tablet. Acepté con reticencia la posibilidad de leer un libro cuyo precio en librería me pareció demasiado alto, porque lamentablemente así es. En este país pagamos altos precios por leer. Al tener la oportunidad de leerlo desde la pantalla del Tablet lo hice. De allí que me urja compartir con ustedes la experiencia. Tengo casi 34 años de leer todo tipo de cosas. Todo tipo de libros, sean libros de moda o libros que llegaron a mis manos por razones misteriosas. Siempre disfruté la anticipación de la lectura. El olor del libro nuevo en su caso o las historias detrás de la historia de un libro prestado por familiares, amigos y conocidos. Realmente no le había metido mucha mente al hecho de leer libros en formato digital porque nunca creí en la amenaza que suponía para mis amados libros la disponibilidad en línea o la venta de libros electrónicos a precios muy bajos en comparación con los libros reales. Haciendo una lista de pros y contras, me entristece llegar a la conclusión de que probablemente los libros se vean desplazados eventualmente, dado que las versiones digitales son más económicas, no ocupan espacio, no se llenan de ácaros, no se pierden y el larguísimo etcétera que conlleva su evidente portabilidad. Pero en mi corazón, una vez que terminé de leer mi primer libro electrónico, sentí un enorme vacío. Sentí que había traicionado una hermosa tradición. Que no había leído un libro sino visto una idea. El final no me supo a final y quedé insatisfecha. Tenía que leer a toda velocidad porque la batería del Tablet se me acababa. Si dejaba de prestar atención se me devolvían las páginas hasta la portada y tenía que adivinar a dónde había quedado. No sentía esa euforia de ver la portada, que es parte integral del libro, ni podía calcular cuánto tiempo más iba a durar mi lectura, juzgando por el grosor del libro que aún me quedaba por leer. Me estresaba llevar el Tablet conmigo por doquier, pues llevando un libro en mi cartera podía perder 30 dólares, pero llevando ese aparato podría perder los 600 dólares que había costado más la información que llevara. No siempre pude ajustar el tamaño de la letra ni la orientación de la pantalla así que hubo oportunidades en las que quedé leyendo de lado. En fin, lo que debía ser un placer incomparable, del que he gozado toda mi vida, se convirtió en un deporte extremo. Me di cuenta a medio camino, que la traducción bien podría haber sido de Google, pero como ya iba por la mitad, me la tuve que aguantar, pues la trama estaba buenísima. Perdí el control de mi lectura, y al final, sentí que no había leído nada. No me sentía, ni me siento ahora, con la autoridad moral de decir que me he terminado de leer un libro. Porque no lo hice. Leí un e-book, que nunca será lo mismo. Me lo prestaron. No lo compré. No pasé por la librería varias veces hasta encontrarlo. No pasé por caja para comprarlo. No acaricié su portada ni doblé las esquinas de las páginas. No usé un billete de lotería como señalador de libros para no perderme. Rompí el encanto de disfrutar de la literatura, y fui infiel. No me gustó la experiencia por muchas razones. Llámame obsoleta. Llámame hipster. Ríete de mi falta de todo. Yo sólo espero con toda el alma que los libros que aún no he leído puedan perdonarme este desliz. Y que a los niños del mañana no se les prive de algo que para entonces, podría ser una pieza de museo.

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