martes, 11 de junio de 2013

La vida no es una novela

Esta es una de mis frases favoritas.  Es uno de los punchlines de mi papá. Con el tiempo me he dado cuenta de cuánta sabiduría encierran. Nada de lo que imagine el ser humano, puede superar a nuestras realidades. 

Yo, al igual que mucha gente, realmente no le meto mucha cabeza al tema del reciclaje, la escasez de los recursos, el cambio climático y ese tipo de cosas. No me parecía un tema de urgencia nacional. Mi huella ecológica, no es algo que me quite el sueño. Pero con los últimos sucesos energéticos del país, realmente me he enfrentado a un panorama “escatológico”, como diría mi esposo, es decir, del final de los tiempos. Apocalíptico, si se quiere.
Que todo el país se una en oración por que caiga un poco de lluvia, es algo surreal. Digno de una trama garciamarquiana (esta palabra la acabo de inventar, así que no me denuncien con la RAE, por favor). Que el pueblo ofrezca el sacrificio de padecer calor y apagar sus aires acondicionados, es una cosa de risa.
Lo cierto es que las represas se han secado y ya no sabemos qué hacer para enfrentar esta crisis. Se suspenden las clases porque los niños se van a derretir sin aire acondicionado. Hay pánico general. Ahora todo mundo es “verde”. La gente va a trabajar en bermudas. Nuestro estilo de vida de despilfarro y desmedida, nos está pasando la factura. La energía eléctrica, se puede administrar de manera más inteligente, pero no se puede ahorrar para el futuro. No hay una batería gigante que acumule electricidad durante la época de lluvia y se mantenga a buen recaudo  hasta la época seca.
Esta es la punta del iceberg. Quién sabe a cuántos otros racionamientos hemos de enfrentarnos dentro de los próximos 20 años. Hace poco leí algo sobre una enfermedad de la yuca ¿Se acabarán los carbohidratos en África?  ¿El combustible fósil se agotará? ¿Habrá escasez de café? Si bien aún no se enciende ninguna de estas alarmas, los precios que alcanzan las cosas más básicas, parecieran darnos a entender que debemos comenzar a desacostumbrarnos de la buena vida. Quizás nunca pensamos ser testigos de este tipo de medidas, pero lo innegable es que aquí están y tenemos que adaptarnos y jugar con las cartas que se nos van presentando como sociedad, por muy increíbles que sean los problemas. Al parecer todo es finito, menos nuestro instinto depredador.

Vivimos es en “cavernas de acero y cristal” como diría el maestro Asimov. Con realidades climatizadas. Con corazones climatizados. Con vidas adecuadas para no padecer. No nos vendría mal darnos un paseo por la realidad de vez en cuando. Corremos el riesgo de sorprendernos. La vida, en verdad, no es una novela.

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