Yo, al igual que mucha gente, realmente no le meto mucha cabeza al tema del reciclaje, la escasez de los recursos, el cambio climático y ese tipo de cosas. No me parecía un tema de urgencia nacional. Mi huella ecológica, no es algo que me quite el sueño. Pero con los últimos sucesos energéticos del país, realmente me he enfrentado a un panorama “escatológico”, como diría mi esposo, es decir, del final de los tiempos. Apocalíptico, si se quiere.
Que todo el país se una en oración por que caiga un poco de
lluvia, es algo surreal. Digno de una trama garciamarquiana (esta palabra la
acabo de inventar, así que no me denuncien con la RAE, por favor). Que el
pueblo ofrezca el sacrificio de padecer calor y apagar sus aires
acondicionados, es una cosa de risa.
Lo cierto es que las represas se han secado y ya no sabemos
qué hacer para enfrentar esta crisis. Se suspenden las clases porque los niños
se van a derretir sin aire acondicionado. Hay pánico general. Ahora todo mundo
es “verde”. La gente va a trabajar en bermudas. Nuestro estilo de vida de
despilfarro y desmedida, nos está pasando la factura. La energía eléctrica, se
puede administrar de manera más inteligente, pero no se puede ahorrar para el
futuro. No hay una batería gigante que acumule electricidad durante la época de
lluvia y se mantenga a buen recaudo hasta
la época seca.
Esta es la punta del iceberg. Quién sabe a cuántos otros
racionamientos hemos de enfrentarnos dentro de los próximos 20 años. Hace poco
leí algo sobre una enfermedad de la yuca ¿Se acabarán los carbohidratos en
África? ¿El combustible fósil se
agotará? ¿Habrá escasez de café? Si bien aún no se enciende ninguna de estas
alarmas, los precios que alcanzan las cosas más básicas, parecieran darnos a
entender que debemos comenzar a desacostumbrarnos de la buena vida. Quizás
nunca pensamos ser testigos de este tipo de medidas, pero lo innegable es que
aquí están y tenemos que adaptarnos y jugar con las cartas que se nos van
presentando como sociedad, por muy increíbles que sean los problemas. Al
parecer todo es finito, menos nuestro instinto depredador.
Vivimos es en “cavernas de acero y cristal” como diría el
maestro Asimov. Con realidades climatizadas. Con corazones climatizados. Con
vidas adecuadas para no padecer. No nos vendría mal darnos un paseo por la
realidad de vez en cuando. Corremos el riesgo de sorprendernos. La vida, en
verdad, no es una novela.
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