Creo en mariposas amarillas que te pueden
seguir donde quiera que vayas, en ojos de perro azul, en anónimos dejados
frente a las casas y en abuelas desalmadas. Creo en vagones de trenes llenos de
muertos. Creo en una bella mujer que fue asunta al Cielo, en ángeles viejitos
de alas muy grandes que viven en gallineros. Creo que el verbo te habitó y te
hizo su dios, su esclavo y su profeta en un planeta de mortales que no te
merecimos, pero que te necesitamos.
Era
17 de abril de 2014. Jueves Santo. Un día antes de mi cumpleaños, hace
exactamente una luna llena. Te me fuiste, Gabo. Y te he llorado como a un
abuelo. Con vergüenza de mí misma por la sensiblería tan ridícula. Como si
hubieras sido un hombre cualquiera, un héroe de revista del corazón y yo una groupie desconsolada. Yo caí a tus pies
para siempre, me creí cada mentira, cada truco, cada pendejada. Ningún hombre
se burló de mí de esa manera. Fuiste un fuera de serie frente a tu máquina de
escribir. Un referente irrenunciable e innegable de todo lo que he intentado
escribir desde que te conocí. En tu reino comprendí, que no hay camino más
exitoso hasta el corazón de un lector, que decir lo que quieres decir, al
precio que sea, no importa qué cabeza ruede. Pero es que lo que tú hacías ni se
aprende ni se enseña. Es tan difícil querer escribir cualquier cosa después de
leerte, García-Márquez, pues agotaste la magia de todas las voces, de todos los
tiempos habidos y por haber.
Y
ahora ante tu leyenda confieso haberte amado, confieso que vuelvo a ti en busca
de consejo, porque eres la solución a mis páginas en blanco, porque bajo tu
pluma cualquier palabra era elevada a la sofisticación, aun cuando escribiste
altisonantes barrabasadas, que ofendieron a quienes son incapaces de amar su
lado oscuro. Tus tiempos son perfectos. Siempre eres oportuno, lacerante y
mágico. Sólo tú podías decir “Uno viene al mundo
con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena,
voluntaria o forzosa, se pierden para siempre”
y salir del capítulo lleno de aplausos. O dejar caer un “"El
corazón tiene más cuartos que un hotel de putas" y hacerme citarte como si fueras el mismísimo
Evangelio.
Eres un
monstruo. Un mito. Una exageración que raya en lo sobrenatural. Así te he
amado, viejo. Hace 30 días yo respiraba tu mismo aire y eso me hacía sentir
especial. Ahora que te fuiste, tú eres la luna y sólo me queda mirarte,
aullando sin esperanza por cualquier frase que se te hubiera quedado sin llegar
a mí.
Lo nuestro fue
especial. Lo sé porque estás aquí y por primera vez leerás algo que yo escribí.
Porque ahora eres uno con todo y puedes mirar encima de mi hombro. Y te reirás
y me dirás en secreto que no renuncie a mi trabajo convencional o que lo deje
todo y escriba hasta desfallecer. Pero, viejo, aunque mi prosa accidentada sea
mala e indigna, es verdad. Y aunque no te lo dijera, ya sabías de mi
amor.
1 comentario:
No me queda más que el silencio de la canoa que arrastraban los niños por la playa . El asombro del hombre que descubre que los niños juegan con un náufrago que es más grande que un caballo cubierto de algas y cangrejos. Nada. Tú texto es Excelente. Un abrazo.
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