jueves, 3 de septiembre de 2015

Feminismo: ¿De qué hablamos?

Publicado en el Suplemento Ellas del Diario La Prensa, el viernes 21 de agosto de 2015


Imagina por un momento que tus cosas no son tuyas. Que no puedes educarte donde quieras ni aspirar a ser lo que sueñas. Que no puedes votar y que tu padre o tu marido deciden cómo usarás tus bienes. Aun siendo parte de la mitad de la población mundial, tus oportunidades políticas, sociales, profesionales y familiares están dictadas por la otra mitad. Imagina que te tratan como si tu cerebro no existiera. Que hablan de ti, pero no contigo. Imagina que tu valor lo determina únicamente tu condición fisiológica para tener hijos. Imagina que eres un ser transparente.
Ahora deja de imaginar y entiende que ésa era la situación de la mujer occidental hasta finales del siglo pasado y que aún sigue siendo la realidad de millones de mujeres en diferentes culturas alrededor del mundo.
La palabra “feminismo” como la conocemos hoy nos puede sonar arrogante e injusta hacia la otra mitad de la humanidad. Nos puede recordar a las activistas de Femen, haciendo uno de sus numeritos.  Pero quizás pensamos de esa manera porque, desconocemos o desestimamos el peso de la historia inmediata de la mujer, la cual es una historia de derechos naturales que tienen que ser conquistados una y otra vez.
Hay que entender el concepto para no caer en el prejuicio. El feminismo no es un capricho articulado para colocar a hombres y mujeres al mismo nivel, sino un esfuerzo intelectual  de gente que las sociedades y busca una manera de reconocer y garantizar una mayor calidad de vida a cada ser humano. Y es aquí donde, a mi criterio, el término fracasa, por inclinar la balanza hacia un lado, al menos etimológicamente.

La mitad que no contaba
La historia del mundo ha sido escrita por hombres y para hombres. La participación de la mujer ha sido sistemáticamente suprimida de los libros de historia y los libros religiosos, o al menos ha sido eclipsada por el punto de vista masculino. De allí que heroínas históricas y bíblicas como Judith, Amelia Earhart Cleopatra, Marie Curie, Helen Keller, Hipatia, Ada Lovelace y Elizabeth I no sean de las más populares en el inconsciente colectivo.
Ya Mary Wollstonecraft argumentaba en el siglo XVIII que “las mujeres no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que parecen serlo porque no reciben la misma educación, y que hombres y mujeres deberían ser tratados como seres racionales.” El primer movimiento organizado a favor de la mujer se fundó en 1848 en New York cuando Elizabeth Cady Stanton declaró que “sólo la mujer puede entender la altura, profundidad, extensión y amplitud de su propia degradación”. Y no exageraba. En Estados Unidos la mujer sólo podía ir a unas pocas instituciones educativas, no votaba, no legislaba, ni podía ser jurado. En Panamá antes de 1917, la ley negaba a la mujer casada el derecho de todo mayor de edad para actuar por cuenta propia y la colocaba bajo la representación legal del marido, imponiéndole la obligación de seguirle y obedecerle. No podía intervenir en un juicio y no podía contratar (léase comprar ni vender nada).
En su momento el movimiento fue ridiculizado por la prensa, los políticos y las religiones. Mujeres como Ernestine Rose y Susan Anthony diseminaron el pensamiento feminista primitivo  hasta Europa Occidental, creando alianzas internacionales.

Las bellas durmientes
Pero luego de que consiguieron el voto en Estados Unidos, el feminismo cayó en un estado de hibernación y durante la depresión económica y las grandes guerras las mujeres volvieron a su usual anonimato en las ramas más reconocidas del quehacer social. Hasta los años 50 la mujer volvió a conformarse con un segundo plano generalizado en las ciencias, artes y política, por mencionar unas cuántas áreas.
Claro que había excepciones. En Panamá la inolvidable Clara González de Behringer fue la primera panameña en graduarse de Derecho. Fue la primera jueza del Tribunal Tutelar de Menores y creó el Partido Nacional Feminista en 1923 y la Escuela de Cultura Femenina en 1924. Pero en general la masa femenina no se identificaba con el trabajo de unas pocas. Trabajos importantes de Virginia Woolf y Mary Beard se publicaron en este tiempo de oscuridad y algunas células feministas mantuvieron la lucha. Como resultado, la mujer habría de redescubrir verdades básicas del movimiento primitivo.
En los 60 la mujer se volvió a dar cuenta de la opresión histórica que seguía sufriendo y se atrevió por medio de conocimiento e investigación a cuestionar su status quo. Hay muchísimos trabajos importantes en materia de feminismo, entre ellos escritos esenciales que han sido las armas para ganar terreno en igualdad a nivel académico, cambiando las mentes de millones alrededor del mundo.

Las nuevas pioneras
Simone De Beauvoir nos legó el marco del feminismo moderno. Su libro “El segundo sexo” (1949) abrió la caja de Pandora al mundo femenino, para que expresaran sus sentimientos reprimidos hacia una sociedad que explicaba todo en términos masculinos. Su célebre frase “Uno no nace mujer, uno se convierte en mujer”, desencadenó diversas corrientes de pensamiento.  
Betty Friedan en su “Mística femenina” alertó al mundo sobre el punto de vista del ama de casa norteamericana, caída en una depresión o frustración colectiva luego de que, al regreso de las tropas que volvían de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron que abandonar los talleres e industrias en donde habían cubierto las vacantes de los hombres, y volvieron a la típica “casita de cerca blanca” a limpiar la casa y cuidar niños.   Friedan detectó un “lavado cerebral masivo” que trataba de convencer a la mujer de que su felicidad estaba en casarse y administrar una casa. Su mercado eran las amas de casa educadas y presas en una casa en los suburbios  tras un delantal. Quizás este era un poco el panorama desarrollado en la película “La sonrisa de la Monalissa”, con Julia Roberts.
Katy  Millett mostró casos concretos de abuso social de los cuales la mujer es víctima. La originalidad de su trabajo reside en la exploración de las relaciones entre los sexos como estructuras de poder. En el caso de las mujeres, los hombres las controlan sin ningún tipo de objeción histórica. Atacó frontalmente las estructuras patriarcales, los recursos literarios de escritores como Henry Miller, Jean Genet y Norman Mailer, quienes –aparte de hacer arte—, reforzaban la aceptación de la dominancia masculina. Su intención no era de censura, sino de demostración de cómo aceptamos como normales las ideas que un sistema sin oposición ideológica propone.
 Anne Koedt terminó con los mitos biológicos, haciéndole frente a la supremacía de Freud en materia de comportamiento sexual femenino.    En su momento parecía como que hubiese algún tipo de conspiración  para hacer de la superioridad masculina, una doctrina articulada. Se valorizaba a la mujer y a su aptitud de acuerdo a la calidad de sus reacciones sexuales y tales ideas pasaron mucho tiempo sin ser cuestionadas. Quizás porque pensadores como Freud eran influyentes. Quizás porque ninguna mujer se había tomado la tarea de refutarlo con teorías  propias.

La punta del iceberg
Obviamente de la mano de la palabra feminismo también se discuten temas inmanentes a ser mujer: maternidad, anticoncepción, aborto o salud sexual. Estos son temas álgidos y complejos, que exigen debate y respeto a las opiniones, pero no son los únicos ligados a la conquista de una sociedad más justa para la mujer, más aun la que está en situación de vulnerabilidad social.  Habrá tantos tipos de feministas como personas identificadas con la igualdad existan. En mi caso particular, he sido tratada como reaccionaria a los ideales feministas y una tuitera, cuyo nombre me reservo hasta me ofreció “prenderle una velita a Virginia Woolf por mi alma”.
En Panamá contamos con muchas personas que luchan desinteresadamente por los derechos de la mujer, que se autodenominan feministas o que militan de una u otra manera en movimientos de reivindicación. Vienen a mi mente nombres como Gloria Young, María Roquebert (Recomiendo su excelente artículo radiográfico “Nueve a cero, goleada en la Corte” y su cuenta de Twitter @lamitadcuenta), Mariblanca Staff (ha obtenido 17 fallos favorables de la CSJ que han declarado inconstitucionales normas discriminatorias contra la mujer), Deika Nieto o Tayra Barsallo. Hay feministas tuiteras, feministas que no saben que son feministas y hasta matriarcas indiscutibles.
También está el lado oscuro del feminismo que tiende a caer en excesos ideológicos (las que miran feo al hombre que les cede un asiento, las que miran con lástima a las mujeres casadas, las que desprecian al género masculino o tachan de opresión cualquier actitud sospechosa del varón)
Como dice Rosalind Miles “El tiempo de la ceguera forzosa  ha pasado y las mujeres del mundo tienen ahora no solo el derecho sino la obligación de alimentar la nueva mentalidad y trabajar mano a mano con los hombres para asegurarse de que las futuras generaciones tengan un ambiente de tolerancia y justicia que nuestras abuelas nunca vivieron”.  La idea es leer, conocer, investigar, debatir: abrazar las posibilidades que se han conseguido para nosotras y construir un mundo mejor que el que había cuando no contábamos como seres humanos, sin caer en los errores de siempre. Nada de odio hacia los hombres, ni rechazo a la caballerosidad. Nada de irrespeto a los demás. Valorando las diferencias, celebrándolas y sintiéndonos orgullosos de nuestra condición. Amén.

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