viernes, 3 de marzo de 2017

Lo que cuesta una columna


La revista tiene que salir cuanto antes. Es la edición de X aniversario. Debe estar lista para la Feria. Como siempre no puede faltar mi Esquina del Triskel, porque si no la mando, eventualmente me quitarán mi espacio fijo. Y eso no puede pasar. Así que me lleno de motivos y enciendo mi música y mi laptop. Pero Lucas baja la escalera todo espelucao y pegando gritos de histeria. "Mamaaaá, mamaaaá" y gruesas lágrimas bajan por sus mejillas desde sus ojos chinitos. Mientras corro hacia él con los brazos abiertos escucho que alguien abre la puerta de la nevera y el inconfundible ruido de cubitos de hielo cayendo sobre el piso me alertan de que prácticamente ha granizado dentro de mi cocina: Cutín adora jugar con hielo. Así que con el brazo que me queda libre (porque Lucas quiere estar en brazos) me abalanzo sobre Cutín para que no siga haciendo desastres). Escucho que tocan la puerta: es el jefe de garantías de mi barriada que viene a hacer unas pruebas de voltaje.  Detrás de él vienen los instaladores de la Biblioteca. Comienzo a llamar a Blanquita para que se lleve a las criaturas de mi vista porque hay que atender a esta gente. De paso veo como la pantalla en blanco de mi nuevo documento de Word se ríe de mí, como diciendo "jamás vas a terminar". La gente que trae el mueble son unos verdaderos ineptos en lo que están haciendo. Golpean mi techo, rayan mi piso, las esquinas de los otros muebles y no pueden poner el mueble de pie, pero como caído del cielo llega mi vecino y se le ocurre una idea brillante que los acarreadores ni siquiera habían contemplado.
A lo lejos sigo escuchando los gritos de Lucas, pero trato de ponerlo en mute en mi mente, porque Blanquita debe estar tomando cartas en el asunto. Vuelven a tocar la puerta. Es Jimmy, mi handyman desde hace 7 años. Trae rodillos, aspiradora, escalera, taladro, brocas, tornillos y todas las cosas necesarias para atender asuntos varios en la casa. El grupo de Whassap suena como loco, pues ya todos los miembros de la Mesa de Placacuatro están haciendo su brainstorming para sacar adelante tan importante publicación. Llega el tipo que me está cotizando el muro y le paso el teléfono a mi esposo, pues yo estoy tratando de reclamarle a la empresa de los muebles que el mueble que me han enviado no cabe.
Cuando Jimmy está abriendo el último hueco en el techo para colgar una lámpara, oigo un siseo y lo veo corriendo como loco de un lado a otro de la casa. Siento temor. Jimmy comienza a gritar, ¿Dónde está la llave de paso? ¿la llave de paso? corro hacia la cocina y veo como el ayudante de Jimmy trata de tapar el chorro de agua que está saliendo del techo.  Al no lograrlo busca un cubo, pero para ese entonces, la granizada de Cutín ya se ha derretido bajo la lluvia que está cayendo dentro de mi cocina. Busco mis contactos en el iPad, porque en mi celular se me borraron todos. Encuentro al plomero del proyecto y le grito que me explique a dónde está mi llave de paso (sigue la inundación). A la izquierda del estacionamiento. Lo pude resolver.
Los acarreadores terminan su desastrosa entrega, sólo para dejarme triste con un mueble que es muy grande para el espacio que le toca. Es reconfortante verlos partir. Coordino con los ebanistas un plan de control de daños. Y el cursor flashando sobre mi pantalla desnuda. Me pongo a ver Twitter y Facebook. Veo la fecha y recuerdo que es mi aniversario de bodas. Y Juan se va a desmayar cuando vea el tamaño del hueco que hubo que taladrar en el techo de la cocina. Tenemos reserva a las 7:30 en el Chalet Suizo. Crucemos los dedos.
En fin, lo que quiero decir, es que Placacuatro tiene 10 años aguantando a una columnista para la cual llevar a cabo cada uno de sus trabajos, es un acto de supervivencia en el universo de las amas de casa.  Gracias al equipo y a ustedes por esperarme con paciencia en las buenas y en las malas. Un abrazo a Placacuatro y a mi siempre Altiva Tierra que mana leche y miel, Chiriquí de mis amores.

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