En casa hay una eterna tiradera de puyas sobre quiénes somos chiricanos y
quiénes no. Mis padres son chiricanos y yo nací en el Hospital
Regional. Mi cédula es 4 y soy tan orgullosa de mi origen, que realmente
a veces soy insoportable. Mi esposo es cédula 8, pero tiene una madre
100% chiricana. De esta suma de tres abuelos chiricanos, se supone que
donde quiera que nacieran mis hijos, que fue en la ciudad de Panamá,
ambos tienen un derecho de sangre chiricana de un 75%. El otro 25% es de
mi suegro.
Pero mis pequeños no nacieron a las faldas del Volcán Barú ni tienen una
cédula que comience con 4. Me da mucho miedo que al crecer quieran
desvincularse de su origen, y que lleguen a decir, que ellos no son
chiricanos, como lo dicen muchas personas.
Por otro lado conozco personas que se han metido tanto en el tejido
social de nuestra provincia y que se la pasan haciendo cosas lindas por
Chiriquí, que siento que se han ganado a pulso el pertenecer a esta
pequeña ¨nación¨ dentro de otra nación.
También cuestiono un poco el papel quienes habiendo nacido y sido
criados en Chiriquí, volvemos muy de vez en cuanto y apostamos por la
metropolización de nuestras vidas. Buscamos glamour, oportunidades,
dinero, una vida más activa, un entorno cultural más estimulante y así
como así nos vamos para siempre.
El llamado de la tierra es fuerte, vital y define nuestro comportamiento
de una u otra forma. Pero es importante de que no se quede en palabras y
poemas. En las pasadas fiestas patrias llevé a mi familia a
chiricanizarse por varios días, pues quiero que los niños crezcan con
esos recuerdos, sabores y experiencias. Pero no pude evitar encontrarme
con un David lleno de maleza y de predios descuidados. Malos drenajes en
toda la ciudad, locales abandonados, una Calle Cuarta de lástima,
abarrotada de buhoneros desorganizados y de vialidad deficiente. Mucha
de la desidia que encontré no es atribuible a las autoridades
municipales, sino producto de una ciudadanía apática y egoísta, falta de
cultura y de amor por lo que les toca de su tierra.
Digo esto con mucho pesar, porque soy chiricanista a matarme. Pero
estamos fallando. No estamos exigiendo ni dando lo que nosotros mismos
merecemos. No estamos siendo excelentes dentro de nuestras propias
cercas. Hay que pintar, limpiar, podar, arreglar, lucir bien. Hay que
hacer las cosas con amor. Con ilusión y orgullo. Tenemos una tierra
bendecida, pero nuestro poco importa nos pasa factura poco a poco.
Inundaciones, cambio de clima, sequía. Tenemos que poner de nuestra
parte
y pensar en la comunidad, en las cosas que son de todos.
La nueva ley de autonomía municipal se perfila como una gran oportunidad
para todos los municipios del país. Es un momento para que nuestro
Palacio Municipal se ponga los pantalones largos y hagan cumplir los
acuerdos pensados para beneficiar a la ciudad. A todas las ciudades de
la Provincia.
Espero ver cambios de actitud colectiva, los cuales nos devolverán y
reinventarán el tipo de ciudad que todos soñamos y merecemos.
viernes, 3 de marzo de 2017
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